Cambiar de piel

Parecer ser, sin perder tu ser. Ser otro, por un breve instante. Ponerte prestada la piel de alguien, quitarte, entonces el disfraz. Hacer lo que en tus días no te permitirías. Aprender diálogos que no reconoces como propios. Tener reacciones que nunca has experimentado. Fingir que tus movimientos son naturales. Gesticular el rostro de formas tales en dónde no han dejado huellas las arrugas; no son movimientos comunes en ti. Vestirte con esmero. Verte, sin reconocer tu silueta en el espejo. Hablar con ritmos disímiles; ritmos que advierten sonidos ajenos a tu voz. Superar constantemente ese yo molesto que estorba. Representar a ese otro que convenza a todos, que convenza a uno. Aceptar que el Yo obstaculiza la tarea. Limpiar costumbres. Barrer signos que puedan reconocer al Yo que se esconde. Gozar del privilegio a ser otro; la quimera de cualquiera. Dejar la piel colgada en el armario del que eras, pronto deberá volver a ser calzada por quien eres. Regresar a tu cuerpo, aspirar tu vida, la que ya conoces, en la que posiblemente ya no te esfuerces… ¿y si ya no puedes regresar? ¿y si al que aludes es más interesante? ¿si esa vida fue más generosa que la tuya? ¿si esa piel se ha pegado a tu carne?… Sin duda, la mejor actuación de tu vida.

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