The gods must or are crazy…

Jueves de series, me sentí bien. Impactada por el logro, dos series de 5 mil metros a ritmo alto, con descanso de tres minutos. Las piernas y el corazón siguen aprendiendo en el camino, asimilando que pueden ser fuertes. El hambre continúa. El gusto por la comida comienza a cambiar, ya no disfruto lo mismo. Necesito más agua. Más sueros. También más proteína. Hace mucho no entrenaba en el gimnasio; mi calle había sido el mejor lugar de entrenamiento, hasta hoy. Comenzaré a alternar días. En calle y en cinta. Debo de acostumbrar mis piernas a los cambios, tal como uno debe hacerlo en la vida.

Hoy comí con una amiga, recién descubierta, hace unos meses llegó; así de pronto apareció; me hace reír mucho. Ella dice que yo a ella. Creo que se equivoca. Juntas cambiamos el mundo, sentadas pidiendo sushi. Así de cómodas. Así de fácil. Así de casual. Me cuenta, la escucho; le cuento, me escucha; me pregunta, le contesto; le pregunto y analiza. Reímos… Pedimos alimentos, yo me voy a lo seguro, lo conocido; ella a las cosas diferentes, a la aventura. Reímos… Nos ponemos al día en aproximadamente dos horas. Siempre insuficientes. Reconfortantes pero escasos. Calidad no cantidad, me digo. Esperamos la siguiente comida. Muchas cosas pasan entre comida y comida, solo se acumulan, se anotan, se cuentan, se arreglan. Así nuestras comidas. Son momentos en que tocamos base, nadie puede hacernos daño. Estas comidas son el oasis después de caminar por días en el Desierto del Kalahari. Recordé inmediatamente la película de “The Gods must be crazy”;* compartir es el verbo de esta película botsuana; ante una botella de Coca-Cola que cae de una avioneta, se piensa que es un magnánimo regalo de los dioses; comienza inmediatamente la necesidad voraz de todos los habitantes de hacer suyo ese regalo. Se les olvida el significado de la palabra “compartir”. Tanto así que, alguien sabio busca cómo tratar de deshacerse de la botella; aparentemente de ser un regalo de dioses se torna, para todos, como una cosa maligna. La gente que había tenido el verbo “compartir” muy bien conjugado, ahora ya no sabe cómo utilizar la palabra. Los peores sentimientos de los bosquimanos aparecen dándole la bienvenida a esa aparente botella-ofrenda divina.

Eso pasa con estas comidas, como la de hoy, como la que hago con mis amigos; no hay regalo de dioses porque pelear. Solo somos la tribu de Xi y su familia bosquimana que vive feliz y tranquila previo a la llegada sorpresiva de esa botella que desata las emociones de ansiedad, asombro, confusión, envidia, miedo, horror, tristeza; transmutando la armonía en desastre. Nuestro convivio es de verdaderos dioses. Una charla, comida y risas; un lujo de reyes, de reinas, de princesas. Un regalo de dioses ¿locos?… posiblemente, pero creo en ellos y me gusta la locura. Acepto el regalo. Me hace feliz. 

Siempre se puede ir a tomar un café con un buen libro; se puede hacer cuanto se quiera en solitario, no hay límites, se hace y se disfruta; sin embargo, conjuntar dos almas, ponerlas en sintonía para coincidir, planear hacer algo con alguien, es sin duda un tesoro que guardo; estas comidas, estos momentos, mis amistades, las colecciono dentro de un Ropero; sí como ese que solía tener la abuelita… [notas musicales…] con cosas maravillosas y tan hermosas que guardas tú… Prometo estarme quieto y no tocar lo que saques tú [notas musicales]…** shala la la la  

* The Gods must be crazy/ Los dioses deben de estar locos/escrita y dirigida por Jamie Uys/1980

** El Ropero/ Cri-Cri

3 comentarios sobre “The gods must or are crazy…

Replica a Karla Mendoza Cancelar la respuesta