Mamá Cuac Cuac

Hace unos años me sorprendí dándome cuenta que tenía mucha sensibilidad, sí mi piel es muy gruesa para muchos temas, la defensa es que soy abogada y entonces el disfraz que uno suele usar es el de “alguien” que puede con y contra todo en pro del cumplimiento de la Ley y Bla Bla Bla… las mismas cosas que siempre escuchamos de mi “especie”. Eso soy en mis momentos profesionales y entiendo que doy buena batalla en ello, desempeño a cabalidad el papel de la obra de teatro que me fue asignada. Pero en momentos fuera de ese entorno mi piel deja de ser gruesa y toma su verdadera identidad, no sé si sufra una transmutación, pero sí sé que soy otra, mi piel cambia de color. Los ojos preventivos con los que veo todo en el trabajo, se tornan tranquilos… descansan y entonces dejan de ver para poder observar. 

Esto lo he platicado pocas veces, pero nunca he dejado huella de este recuerdo, tengo vívida la imagen de esa estampa. Tenía un trabajo que me robaba el sueño, la tranquilidad y lo más seguro la salud, con horarios que excedían en promedio de las 15 horas. Era un martes, estaba nublado, salía del gimnasio y atravesaba Paseo de la Reforma para llegar a mi oficina, ni el ejercicio había podido tranquilizar los problemas que me aquejaban; la cabeza dolía, dolía mucho; el cuerpo pesaba, sabía que comenzaba a transcurrir el reloj que marcaba las horas del día interminable. Del gimnasio a la oficina transcurrían 5 minutos a paso rápido, en esa ocasión llevaba 10 minutos pidiéndole a mis piernas que quisieran llegar a la oficina; de pronto un alto, mucha gente a mi alrededor que iba a lo mismo que yo, trabajar, el rostro de todos desencajado lleno de hartazgo, yo no era la excepción, no había diferencia entre ellos y yo, todos éramos grises…

A lo lejos en esa misma acera comencé a escuchar a alguien cantar, abrí los ojos y seguí la voz, sí alguien cantaba mientras todos disfrazados de serios esperábamos el verde del semáforo… a lo lejos, menos lejos, más cerca, mucho más cerca… una mujer con su hija de aproximadamente 5 años, la niña feliz y sonriente repetía lo que su madre cantaba: “La Patita”, sí la misma Patita de canasto y con rebozo de bolita, sí la que va al mercado a comprar todas las cosas del mandado… sí la que se va meneando al caminar… Porque ella sabe que al retornar toditos ellos preguntarán: ¿Qué me trajiste, Mamá Cuac Cuac? ¿Qué me trajiste para cuac-cuac?

Nunca, nunca, nunca, cierta estoy de ello, podré olvidar ni a esa madre, ni a esa hija, ni a La Patita, ni la sonrisa, ni las lágrimas que salieron sin poder controlarlas, pensaba ¿en qué momento me alejé de mi infancia en donde mis padres fueron esa madre y yo fui esa hija con tres hermanos que con nuestros acetatos nos sentábamos en la Sala de la casa y cantábamos juntos: el Caminito de la escuela, el Chorrito, la Merienda, la Marcha de las letras, el Ropero, Negrito sandía, Che araña, Juan pestañas y la Muñeca fea?

Hoy con el recuerdo vívido sé que, si soy una persona sensible, el crédito no es mío, es debido a estas canciones, a esos padres ingeniosos y amorosos que tuve a mis hermanos que adoro, a la educación inculcada, a los valores, a esa infancia de ensueño, a esas aventuras… Los recuerdos han podido hacer de La Patita un puente de esos ayeres con el presente, que me hace revivir tal cual Anton Ego en Ratatouille esa fotografía en que toda mi familia cantábamos o más bien creo que balbuceábamos y nos movíamos torpemente como en una especie de baile; creábamos magia. La familia estaba completa. Sí que vivimos verdaderas fiestas familiares ¡Carajo, no lo sabíamos! Hoy, ya lo sé. *

*Solo imagina mi sonrisa al poner el punto final.

4 comentarios sobre “Mamá Cuac Cuac

  1. Karlita tengo el placer de conocerte y déjame decirte que la sensibilidad de los recuerdos es lo que nos motiva muchas veces a seguir en el duro camino y nos arranca una sonrrisa que nos motiva a seguir, hermoso lo que has escrito Dios te bendiga hermosa.

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