Había una vez un cielo de las palabras…

Tiempo ya ha pasado, en que mis manos no se habían dado el tiempo de hablar. 

“Muchas cosas han pasado,” pero siempre pasan cosas, así que sé que las cosas que han pasado no pueden ser de manera alguna un pretexto, máxime para las personas que como yo, presumimos la pasión por la escritura. Cuando alguien dice que “han pasado cosas”, generalmente lo refieren como “muchas cosas”, desconozco si pretendemos que alguien pregunte qué es lo que nos ha sucedido. Pienso que posiblemente se dice eso esperando que “el otro” o “nadie” pregunte y solamente reine la bandera de la empatía tácita, esa que “el otro” sin saber si quiera qué te ha pasado, respeta, calla, no pregunta y sorpresivamente comprende lo que no es comprensible para nadie, porque el comprender es entender y sin saber qué pasó, nadie se atrevería jamás a preguntar y posiblemente del respeto que se nos puede tener a los que utilizamos esa frase, callen su curiosidad de cuestionar y se presione el botón que transforme “al otro” de interés curioso y preocupado a la repentina y grisácea indiferencia.

Pues bueno, todo eso ha pasado por mi mente ahora que quise justificar mi falta de escritura, ni a ustedes les interesa porque posiblemente no me lean, ni yo tengo claro qué diantres me ha pasado para justificar que la tan cantada pasión que tengo por escribir no la haya “podido” realizar por pretextos superfluos como dormir, trabajar o estar cansada; que no tienen justificación alguna para alguien que se precie del amor a las letras.

Así que al final ni me engaño yo, ni los engaño a ustedes, mejor comienzo un nuevo ciclo de escritura a partir de hoy, sin esos pretextos que se me dan demasiado bien y que relegan la parte de mi naturaleza inquieta que consiste en ser una parlanchina de la escritura.

Hace unos minutos al iniciar estas líneas, me he sentado a ver mi computadora cuando pretendía comenzar a escribir y pensé, ¿de qué platico si no tengo nada que contar?… de la nada me sorprendo con estas líneas que le ordenan a mis dedos escribirse y que si no las pusiera en este lienzo, cierta estoy, quedarían atoradas en mi mente y en su caso, morirían en la madrugada que es cuando todo muere debido al silencio; una muerte repentina y sin dolor, sin que yo sepa y a veces sin prestar el debido interés… ¿a qué cielo se irán esas palabras no escritas que he dejado ir, por cada día de esta reflexiva ausencia sin sentido?