El mejor regalo… Gracias Papá.

Tengo poco tiempo, quisiera hacer tantas cosas, tantos libros por leer; acumulo en mi casa al menos cuarenta libros sin haberlos abierto siquiera; solía cada año en dos épocas ir a “relajarme” buscando sin saber qué libros o autores quisiera conocer; era importante para mí, encontrar al vendedor con el que pudiera platicar horas y horas, entonces cuando encontraba al indicado compraba, compraba mucho, de ahí la acumulación que he guardado cual tesoro.

Hace mucho había una librería muy pequeña en una plaza comercial en el sur de la ciudad de México, Perisur, estaba en la planta de abajo cerca del Palacio de Hierro, tonta de mí, nunca puse atención de su nombre, nunca le pedí los datos al dueño, que era un guardian de la cultura, sin embargo, iba regularmente a platicar con él; la librería era fascinante, sus vendedores no eran cualquier persona, no solo vendían libros, se comían los libros y parte de su misión era platicar sus libros con los clientes que como yo, llegaban sin saber qué leer; tuve muchas recomendaciones tanto del dueño como de sus cultos vendedores; un día, sucedió, antes de irme con mi compra del mes, me presentaron el libro de Marcos Zusak, la ladrona de libros; un verdadero libro.

El libro no es comparable con la película, tocan fibras distintas. Son dirigidos a públicos cautivos diferentes; recuerdo que al vendérmelo, el dueño comentó “te encantará el narrador”; llegué a casa fascinada tratando de averiguar sus últimas palabras, la muerte narraba; la muerte explicaba, la muerte con voz preocupada contaba la vida de Liesel Meninger; la muerte amorosa daba testimonio de la vida de esa hermosa niña. El libro lleva su nombre porque Liesel aun y cuando no sabía leer, lo cual va a ser como insólito, robarte un libro si no lo sabes leer; ella roba su primer libro por el momento que le significa, lo roba sabiendo que no sabe leer, pero que quiere aprender. Roba un libro extraño. El manual del sepulturero. La muerte que narra estaba ahí porque se estaba llevando en brazos a su hermanito menor.

Su padre adoptivo, al que ella ama con locura, con la paciencia que solo tiene un padre, le enseña a leer en contra y contra el tiempo que tienen, incluso contra una madre adoptiva estricta; en las noches niña y padre aprendían juntos a leer. El padre ya sabía. La hija no, quería aprender. El padre le hizo un libro y con ese, Liesel pudo aprender. Se huele ternura en esos capítulos y suspenso por la complicidad de sus desvelos.

Ya embelesada por la lectura, Liesel necesita leer, no tenía dinero, debía robar libros; generalmente de la destrucción o quema de libros que había en el régimen nazi. Impresionante pensar qué muchos tenemos la oportunidad de saber leer, es lo que sigue en nuestra educación, dentro de los grados obtenidos, no lo cuestionamos. Todo lo damos por hecho. Lo tenemos muy claro no hay otra posibilidad, somos almas privilegiadas. La oportunidad del aprendizaje, no tenemos que preocuparnos por trabajar, solo por estudiar. Ese libro consiste en eso, las personas que no tienen la oportunidad como la ladrona de libros de haber aprendido a leer, a pesar de todas las probabilidades en su contra, lo logra, aprende; se vuelve una devoradora de libros, roba libros y entre lectura y lectura, hay amor… amor de su padre a ella, de ella a él. Ese padre que enseña ese amor por la lectura, ese regalo inmaterial de amar los libros.

Libro imperdible. Lo he regalado quince veces, no solamente porque es un libro bueno, si no por que he hecho un experimento, el penúltimo capítulo es algo demencial, catártico, recuerdo la primera vez que lo leí, estaba animada con el libro embelesada con la historia, el papá, la ladrona de libros… de pronto el penúltimo capítulo y me pasaron dos cosas; por un lado, no podía dejar de llorar; por el otro, no podía cerrar el libro, sabía que lo que le debía a Marcus Zusak con esa obra de arte, era continuar y vivir ese hilo de la historia sin ponerle pausas, se necesitaba continuidad y valor. Se abrió una llave, en muy contadas ocasiones la he tenido en la vida, por un libro jamás. Recuerdo que los ojos se me hincharon, apenas entre sollozos podía continuar leyendo, terminé ese capítulo exhausta, avancé al siguiente que era el último y me tranquilicé, seguía leyendo pero sabía que la ladrona de libros estaba bien, sabía que a pesar de todo, la muerte no la agarraba de la mano, la cuidaba, era su sombra. La lectura a través de los ojos de ella y la muerte, la importancia de sostenerse ante la tragedia más vil por la cual mis lágrimas no encontraron retorno, no encontraban su cauce.

He regalado quince veces el libro, es un fenómeno curioso, cuando lo he regalado les pido que me digan cómo sintieron el penúltimo capítulo. Al primero que se lo regalé, el que me generó esta curiosidad o confirmó que realmente yo no era unas hormonas sacudidas por las emociones, fue mi hermano, mi hermano el mayor, es un lector como pocos, se da tiempo para todo, pero la lectura para él es sagrada, es con él con quien comparto la lectura, con el que comparto mis libros, libros van y vienen, libros de mi casa y de su casa; nos gusta platicar de libros y de series, encontrar alguien con quien pueda conversar de libros no es sencillo y es bueno que sea de la familia, lo tengo muy cerca; él fue parte de mi experimento, el primero; le regalé el libro, pensé, es ecuánime, centrado, no sé si sensible; leyó el libro en tres días; dijo que no podía parar de llorar, entendí que yo no era tan dramática y que él no era tan insensible; así que cuando veía que alguien le gustaba la lectura si se iba a acercar un no cumpleaños o una fecha cualquiera, donde yo quisiera hacerme presente, regalaba ese libro, sólo les pedía que me platicarán su experiencia; hay quien me decía que estaba espantado porque no podía parar de llorar, hubo quienes tuvieron que cerrar el libro, no se podían tranquilizar, todas experiencias conducían irremediablemente al llanto; libro qué aplasta almas insensibles, que te hace recordar ese amor, ese amor por alguien, ese amor filial, que se tiene y que no necesariamente tiene que haber un lazo de sangre, que no necesariamente tiene que ser un padre, puede ser a cualquiera en el orden del mundo, pero que ese cualquiera para ti sea una persona (tu) importante, (tu) todo.

El libro trata de lectura y el amor por la lectura, de dar gracias por lo que tuvimos, de oportunidades; que el narrador, la muerte a quien respeto y no puedo pasar de largo, con entonación pálida, refiere al amor, de ese amor que se le entrega a una persona, que anhela uno caminar juntos; no solamente es el amor de él hacia ella, de ella hacia él, con ojos de agradecimiento; que la vida es corta muy corta; la muerte no deja que lo olvidemos en el libro, si bien lo sabemos, el libro nos deja claro el cómo era ese amor en vida, y cómo el amor vuelca después de la muerte y entonces, qué queda?.

Sin duda de los mejores libros que leído, me lleva irremediablemente a mi padre y a mi madre; a mi padre quien me enseñó el amor por los libros, a cómo, al subrayarlos y glosarlos, los hacía míos. Recuerdo que trabajaba mucho, expedientes estaban en casa, hoy entiendo que era para estar con nosotros más tiempo; posiblemente no jugaba con nosotros todo el tiempo pero él necesitaba estar presente, que nosotros supiéramos que estaba ahí para no perderse nada; recuerdo algo que uní con ese libro, cuando estaba en ese penúltimo capítulo, se abrió una llave, una laguna, un mar, iba y venía el tono del llanto, cuál olas; recordé que tenía pocos años y mi padre se había llevado expedientes para estudiar, era noche, de puntitas bajé las escaleras, él estaba en el comedor trabajando, entrar a la cocina cerrada, con cuidado, no distraerlo, solo observarlo, ese era el objetivo; había una ventana alta en la puerta, yo era una enana traviesa, solo quería verlo, espiarlo, puse una silla y lo vi leer, trabajar; sabía que ese hombre yo lo admiraba; sabía que esta mujer quería ser como ese hombre, mi padre. Hoy amo las letras por ese hombre. Hoy la narradora de siempre, la muerte, se lo llevó, a cambio me dejó mi amor por los libros y esta pasión por escribir. Gracias papá.

*La ladrona de libros/ Marcus Zusak

Shhh!!!

El silencio tiene tantos significados. Precede a… o sucede de… “Abstención de hablar”, “falta de ruido”, refiere la Real Academia Española. No acostumbro cuestionar lo que ha decretado esa tan honorable Institución de la lengua española, que suele ajustarlas a las necesidades de la realidad, a la evolución. La palabra “silencio” en un mundo donde reina el ruido no debería ser parte de la normalidad del ser humano que per se somos estrepitosos. ¿Cómo definir algo que no existe?… Alboroto todo el día en todos lados, con todas las personas, en todos los temas, aspectos, momentos; en casa, en el trabajo, en la calle, celulares, voces… muchas voces… “Silencio” en una época en que hay redes sociales que impiden acallar al mundo, siempre hay algo que decir, siempre quien decida comenzar y quien asuma seguirlo. “Silencio” en una mente en que constantemente se piensa. Concepto “silencio” irreconciliable para esta realidad, pero con definción. El “silencio” tiene intención. El limbo del ruido solo existe en caso de que intencionalmente haya una pausa, un desconecte. Cuesta llegar a él, el nirvana. 

La meditación, se dice, pretende que, con ruido, música; sola, dirigida, acompañada; se logre llegar al lugar donde nuestra mente requiere estar, para su sanación. Vender un espacio de mutismo para detener todo y tocar base, cual antaño en la infancia se jugaba, sería la invención del Siglo. De la Era. Vender silencio y guardarlo en una fragancia, en una caja, en una botella, en tu casa; como coctel químico de olor a coche nuevo o de lignina, cual libro viejo.

El silencio tiene brechas, caminos, personas, situaciones; es una palabra en donde caben todas las preposiciones: a, ante, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, has, hacia, para por, según, sin, so, sobre, tras; todas acompañadas, no solas. Un sustantivo que necesita verbo y complemento, en la realidad. El verbo de (in)acción y el complemento de un “nosotros”.

El “silencio” acompaña a alguien o algo. El “silencio” no es una palabra carente de significado como la ausencia de algo, es más una acción que una inacción; a veces encierra mucho significado que se asemeja a ruido con el asegún que, carente de garantía de audiencia, de posible queja o defensa, no se pueda interrumpir. No hay con quien. El otro, está ausente o decide no romper el sonido del aire. 

“Silencio”, palabra que tiene más intención que olvido. En el derecho penal, por ejemplo, se diría que es un delito doloso y no culposo. El “silencio” se analiza inconscientemente, si se quiere. Y se regala a alguien. A alguien que se le quiere hacer daño, aunque lo quieras, es un regalo mal pensado. El “silencio” es una plaga que cubre los sentidos y te aniquila, dejas que conquiste la situación; usurpación que hasta que ya con mucho camino recorrido se olvida, no se detiene y se pierde; tanto el “silencio” como a la persona. 

Se deja de hablar con la gente. El “silencio” es en relación con ellos, pero el ruido sigue. El silencio guarda relación con el otro. ¿Será que el “silencio” no lo es tal, sino el castigo a uno, al otro, a los involucrados? O a lo peor, ¿será que el silencio es el resultado de la indiferencia?, porque es un “silencio” que cuando lo recuerdas, si es que te sorprende en mente, ya no hay retorno, efectivamente es la ausencia, la abstención, la falta del ruido. Entonces, ¡sí!, el “silencio” ha triunfado, ha cumplido su misión. El concepto de nuestra lengua española que ponía en tela de juicio, también.

Gasto o inversión

No soy una bailarina nata, gusto del baile, algunas veces me encuentro con los pasos apropiados, otras soy solo dos pies izquierdos que se divierten y descoordinados dirigen su propia danza; sobre todo si hay pena en hacerlo, mi cuerpo suele ser más torpe. Hace un lustro, cuando cumplí años, pedí un regalo, andaba con el mood turista, conocer mi ciudad, la Ciudad de México, ese era mi objetivo; había leído en una revista que era obligación si nos preciábamos de ser capitalinos ir al Patrick Miller. Recomendación que seguí, no porque su descripción me invitará a conocerlo, fui como parte de una planeación de vida; es parte del chek list de los pendientes que quería cumplir, antes de entregar el alma o mejor aún, colgarlos los tenis, como dicen.

Fui con un hermano y unos acompañantes. Un viernes, no podía ser otro día, solo los viernes abren. Ya eso invita a sentirse exclusivo. Nos estacionamos a dos calles de la calle Mérida, nos dirigíamos al número 17; llegando pensé, es broma, parece una bodega, nos van a matar, acallé mis temores, no quise espantar a nadie; nos precedía una larga cola por vencer, nos formamos, nos mirábamos, solo cumplían lo que yo les había pedido; mientras esperamos para entrar, en la banqueta a nuestro lado izquierdo, cual concierto, había puestos de ropas, souvernirs, discos; todo en alusión al lugar que visitábamos. El lugar que ya era per se, intrigante.

Entramos, pagamos un precio que sin despreciar el dinero diría que no vale la pena ni escribir, luces neón, bolas de espejo disco blancas y de colores, ochenteras. El tiempo detenido. Y no porque hubiera vivido ese tiempo y con nostalgia lo recordara, sino porque sabía que el aire que había dejado del otro lado de la puerta era distinto al que ahora compartías con extraños; extraños no solo porque no los conocías, sino extraños porque sí que lo eran, en su forma de vestir; aunque había un ingrediente en esta mezcla coctelera que no se advierte fuera de este lugar estilo granero; a todos, nos era inclusive la vestimenta, los peinados, la actitud, las tribus urbanas que transitaban, o el dinero que pudieras ostentar.

Sé que hablar de esto pareciera algo clasista y fuera de lugar, pero en verdad no lo era, no lo es, veía perpleja que en dicho santuario no había clases, hagamos a un lado las sociales; no había diferencias en nada de nadie; todos íbamos con un solo motivo, divertirnos; bailando o viendo bailar a los más osados, a los grandes; bailarines espectaculares que no podía dejar de ver; los ojos me dolían, necesitaba pestañear, no quería perderme un solo movimiento, no de sus pies que eran elásticos, de su cara, de su seguridad, de esos ojos que transmitían fuego, mientras bailaban y dejaban en ello todo. Formación de círculos para poder retar a un peligroso contrincante; las armas, los cuerpos que acompañados de la música transformaban unas paredes de aluminio en paisajes, en mi mente me transportaba al ayer, eso me pasó, nadie me lo contó, lo viví; el duelo era a morir, bailarín experimentado versus bailarín audaz, ¿quién ganaba si no había jueces, estilos? solo querían bailar. ¿Quién gana cuando no hay reglas en una competencia?, Nadie pierde, todos ganan, todos se divierten y dejan el alma en ello. Todos son extremos positivos, nadie negativo. Se palpaba armonía. Se respiraba sudor con aroma a diversión, a felicidad. 10,080 segundos para muchos asiduos al baile, en espera de su regreso a mover el cuerpo, cada viernes.

Mis ojos vieron niñas que hablaban con tono adinerado que traían velos simulando ser novias, comprendías que una de ellas se casaba, festejaban su despedida de soltera; enternecía pensar que habían decidido ir a ese lugar de todos los habidos y por haber, para disfrutar de esa noche, su noche; pachucos, onderos, punks, cholos, skatos, emos, chacas; preferencias sexuales, todas; no importaba; ahí estaban coincidiendo en el mismo espacio, con objetivos de diversión variada; envueltos todos por una bandera ondeante blanca en donde no había gritos, reclamos, líderes, profesiones, edades, delincuentes, inundaciones, terremotos, incertidumbre, hambre; no había carencias, todos escuchaban la misma música y tomaban los mismos refrescos, cervezas y si lograban ser osados, hasta red bull; se comía a cucharadas Paz.

Se podía ver en los ojos, el hambre de conquista, la satisfacción por haber logrado un movimiento mejor que el de al lado. Cuando las doce campanadas suenan se abre la pista y se encienden los juegos de luces que amenizan, que indican que todos somos iguales, tan solo o solo tan humanos como siempre debemos serlo, como unos y otros, no vale diferencia alguna; hasta novecientas personas tienen la oportunidad de vivir cada viernes ese socialismo no viciado y correctamente aplicado.

Terminó mi diversión a las 2:00 a.m., salimos felices con algunas cervezas que motivaban nuestro nuevo descubrimiento; busqué, entonces, el puesto de la entrada, quería un recuerdo de la noche, necesitaba comprar mi taza con el logo “PM”, iba a ser mi prueba fehaciente de que había sido parte de esa noche; me sorprendí, ya no estaban los “puesteros” que en su momento critiqué, dicen los que saben, que se acaban la venta temprano, venden todo el producto que llevan; nos dirigimos al coche, silencio mientras caminábamos; habíamos salido de la máquina del tiempo y regresábamos a las profundidades de la realidad cotidiana donde los cláxones de los coches y a veces gente desconocida que camina junto a ti a esas horas, te hace guardar respiración, rezar un padre nuestro, todo puede suceder, ya no estamos en un lugar seguro; entramos al coche, rumbo el camino de regreso a la realidad, lo normal, lo cotidiano. Ya no más ese castillo de la pureza, de las banderas blancas, de armonía, a pesar de tanto ruido que genera esa música que desconozco, música estruendosa que transforma el ambiente en armonía.

Sí, el Patrick Miller es la puerta al tiempo, de barreras, de torres de babel; lugar que te invita a meditar, con voluntad, pudiéramos hacer de una noche, de un día, de horas; momentos tales como los que en ese templo que se erige solo los viernes, se consigue; necesitas como contraseña para entrar a ese emporio, ya no una bodega, aproximadamente cincuenta o cien pesos; sin duda que en el mundo financiero sería el ejemplo certero del dinero mejor invertido, versus gasto. Ya regresaré a comprar mi taza, ejemplo inequívoco de gasto versus inversión.

Corazón de manos de café

Platicaba ayer con una amiga, atiende una cafetería con café gourmet de especialidades (manoscafe.mx), suelo, si el trabajo lo permite, tomar café con ella recurrentemente. El olor que se desprende acaricia, su plática y sonrisa lo acompañan. Suelo ordenar un “Café Salvaje”, así se ha tornado nuestra contraseña barista. El nombre no está en la carta. Ella sabe qué es lo que necesito, a veces me ve hecha trizas, el café que me ofrece, con el mismo curioso adjetivo, “salvaje”, es más espeso, más cargado, más aromático, que otras; mismo adjetivo distintas mezclas; ella formula por cortesía la pregunta, la respuesta siempre la misma; sirve el elixir que mi cuerpo y mente heridos requieren. Dar el primer sorbo me arranca una sonrisa, a veces un chillido porque suelo quemarme, ese error lo cometo, me parece que apropósito, las más de las veces, ya es parte del ritual; café negro con notas de frescura para comenzar, unas veces el día; otras, la tarde o las menos veces, la noche. Oportunidades para que el mismo sabor me impregne de forma variada. El café conquista, atrapa, cubre.

No sé si oler el sabor o saborear el olor, son los motivos que me llevan irremediablemente a ese brebaje, lo he intentado dejar, esfuerzo fallido, irremediablemente vuelvo a él; es un verdadero amor; me hace abrigar seguridad, mimetizar titubeos y las más, torna inseguridades en sensaciones de certezas, las necesitamos, siempre certezas. Certezas en dripper, chemex, prensa francesa, clever, aeropress, sifón japonés, espresso americano; ya sea en mezcla tipo gourmet que llevan nombres que atrapan, Amanecer, Dulce Armonía, Rayo de Sol, Rubí, Bermellón, Bambú, Campesino, Criollo, Chipilín, Cascada, Bosque de Robles, Niebla; pero siempre certeza.

Poder escribir con un café recién hecho se antoja un deseo alcanzable; las letras, con paladar bañado en café deberían por obligación transformarlo todo, transformarnos, incluso la ruta a tomar del significado de las palabras, tendrían otro peso, otro sentido; el cerebro inundado por el olor; invita, alienta, motiva, vibra, hasta a los dedos más perezosos. Me imagino entonces escribiendo en una cafetería. Pedir un café negro, mi café de diario, buscar una mesa alejada de todas, con visibilidad hacia los que comparten mi gusto cafetero. Sacar hojas, plumas, apuntes, computadora y entonces comenzar; comenzar a observar y escribir entre sorbo y sorbo lo que siento mientras observo, lo que escucho; los ruidos también dicen mucho y te conducen a caminos que construyen historias. La imaginación como buena aliada puede hacer un trabajo estupendo si le pides que acuda en tu ayuda, el café, bebida de dioses también ayuda. Imaginación, escritura y café charlan de la mano, hacen fiesta. Las imágenes, historias, sucesos logran crear lo que uno quiera, o incluso tomar control de nuestra corta o experimentada capacidad para trazar. La realidad nos limita, nos acorta la vista y los sueños. La escritura nos crea el universo ideal; la utopía, que aún no hemos hecho propia, la asumimos hasta que queda plasmada en papel. Entonces, el mundo que no existe a los ojos de cualquiera, se construye por el sabedor de palabras, proyectando cielos nuevos para todos los que se atreven a leerlo. Todo eso con una taza inocente de café.

Por ello antes de comenzar un proyecto, cualquiera que sea, tenga o no un café en mano, imagino una taza, de un tamaño suficiente que no permita que el contenido se enfríe; con un líquido aromático con notas iniciales de nuez, canela, vainilla y caramelo con sensaciones finales achocolatadas; que la bebida sea tan pesada que su cuerpo sedoso se permita iniciar un vals, mientras que las manos que lo sujeta, lo estremece al compás de tragos que con timidez lo invitan a danzar; el gusto siempre a la orden de esa algarabía. Mi eterna búsqueda, mi café de todos días que sirve de apaciguo en mi día y que, en lugar de alterar nervios sensibles, como suele hacerlo en muchos; pone de manera irremediablemente mi corazón en su altar. Olor, sabor, tacto, muchas veces compañía, escritura, lectura, charlas, todo eso encerrado en una taza del mejor café que hay, el que se toma solo o acompañado. Algunos refieren que tengo corazón de pollo, otros dicen, corazón de perro, pero están equivocados; mi corazón es de granos tostados y molidos de los frutos. Mi corazón no es espontáneo, se cultiva. Mi corazón es de un cultivo de café. “Café salvaje”, refieren mis amigos; en prensa francesa, de preferencia, por favor, ordeno yo.

Meterse al agua…

Hace unos once meses, aproximadamente, me comentaste que ojalá cumpliera el sueño de escribir. Me diste un solo y valioso consejo, que solo se puede aprender a nadar echándome al agua. También me explicaste que gracias a ese consejo has podido escribir cuatro novelas y varios libros de ensayo.

Pues bien, te comento que esta gran admiradora de Beatriz, tu Beatriz, mi Beatriz, la que ilumina tu libro, “Demasiado amor”, ha comenzado a meterse al agua; en una alberca, rodeada de adultos que saben nadar, soy la única niña, pero en la orilla me siento segura; el tiempo me dirá cuándo puedo mudar mis miedos a una alberca más grande o posiblemente desprenderme de ellos. Comencé esta aventura el lunes 18 de abril, posiblemente el día lunes como inicio de semana, siempre los lunes son una buena oportunidad para transformarse, hay ganas de cambiar; pensé también en esperarme hasta el 1º de enero del 2023, un primero de enero, tal como lo hace Isabel Allende como tradición, pero no quise esperar tanto; llevo aún muy poco tiempo; el binomio entre tu consejo y mi apatía por hacerlo, me estaba pesando; después de tantos meses pude meterme a la alberca. Aún no puedo nadar, no sé nadar; estoy en la curva de aprendizaje, que puede ser lenta; falta tiempo cierta estoy; quiero que las manos me duelan por teclear con sentimiento o me salgan llagas en los dedos por hacerlo con pluma; he comenzado en computadora, pero quiero escribir con pluma indeleble, quiero dejar plasmados mis cambios, testar mis equivocaciones para después aprender de ellos; he comenzado a salpicarme y a mojar mi cara, muevo mis piernas y brazos de formas torpes para intentar aprender a coordinar braceo y pataleo; también dicen que mover la cabeza para la respiración es importante. De la inacción en que me encontraba hubo un gran salto de fe, traducido en la acción, con aún poco valor y mucho miedo. ¡Cómo se necesita el valor en y para todo!

Le envié mis escritos a un amigo que ha logrado alcanzar con perseverancia como director del cine un modus vivendi, después de una lucha de aprendizaje y experiencia que ha durado años; se disculpaba por el poco tiempo que tiene y que no ha podido leerme; mi respuesta después de pensar en ello fue, te envío mis balbuceos escritos, mi sopa de letras, con el único fin, no de que me leas, aunque me encantaría, sino para darme valor de enviar mis escritos. Busco dejar evidencia de este proyecto, de tu recomendación Sara querida, de ese aprender a nadar.

¿Es normal escribir y al releer no reconocer que tus dedos sean los artífices?, ¿Les pasará a todos? Me ha pasado recurrentemente. Pasa, siempre pasa, al momento, escribo, regreso la mirada, no transcurren más de 5 minutos; todo es nuevo y sorprendente, no porque admire necesariamente lo que escribo sino porque no lo hago mío, soy una cobarde en reconocer lo que expreso; mis manos niegan su participación, me miran y dicen no ser ellas las ejecutoras de esas palabras, ¿ahora imagina lo que pasa si ya han pasado horas? Imposible verme a través de mis palabras; es otra Yo la que escribe, otra Yo la que se lee. Dos personas que además habitan en mí y ninguna confiesa su autoría. El escrito está. La sorpresa también. Y muchas veces las ganas de borrarlo todo, también. Por ello debo de comenzar a utilizar pluma que no me permita borrar la huella de mis intentos. Quiero tener la trazabilidad de esta aventura, la historia, la evolución.

Este ejercicio, el escribir, también se torna de fe hacia uno, de reconocernos, de buscar en la lectura la seguridad de que las palabras se crearon en mi mente y se expresaron con mis manos. Un trabajo en equipo, se ha logrado. Las palabras bailan en la página en blanco y cuando ya se ha expresado un párrafo, uno se sorprende pensando que han recibido una orden; una orden que ha conseguido acomodarlas, fijarlas, centrarlas, en el lugar que mágicamente les corresponde.

Quisiera contar con tus consejos, pero no sé qué preguntar, el mejor consejo que me diste no te lo pedí y heme aquí, haciéndote caso. Quisiera me leyeras, me corrigieras pudiéramos comentar mis escritos, pero no se le puede pedir a nadie que te lea; la lectura es como la amistad, no se mendiga se toma, se asimila, se apropia; no como una petición de alguien, sino como una declaración unilateral, un yo afirmo que quiero leer(te), leer esto. Así la lectura, debe fluir la voluntad para. Si me preguntas qué me gustaría, te diría que me encantaría intercambiar correos por este medio, me gustaría leerte recurrentemente, aprender de tu experiencia, lo que en libros no se aprende; saborear tus respuestas, aprender de ti, para que como ósmosis pueda absorber el conocimiento y seguir con ello admirando tu escritura, tus formas, tu sensibilidad, a la pluma creadora de mi Beatriz. Y entonces poder sentir que la ruta que he elegido es la correcta, la de tomar el riesgo y tener el valor de meterme al agua y aprender a nadar. Tan fácil que se escribe, tan difícil que es, tan factible que es ahogarse.

Embellecer los errores

La cultura oriental es extraordinaria, sé poco; la historia, costumbres, mitos y todo ese velo que envuelve la sabiduría y su enseñanza que se transmite por generaciones, me representa una exigencia de orden y honor que me apropio; ese orden es algo que intento hacer mío, a pesar del caos en que pueda estar situada. Entro y salgo del desconcierto continuamente, tratando de que mi actuar sea lo menos alejado de lo aprendido en Japón.

Hay una palabra que pretende develar lo que continuamente hemos tratado de esconder, las heridas. Todos hemos o estaremos rotos en alguna ocasión o en muchas, no hay límite para esa experiencia; desgajamiento que se matiza en grados; según edad, problema, solución, persona, situación, si es propia o involucra a terceros; siempre muchos tipos, muchas posibilidades, muchas fisuras, muchos hoyos negros en donde se puede estar perdido y la orilla que te lleve a buen puerto no necesariamente se ve cercana. 

En algunas ocasiones se pide ayuda, en otras no; las razones deben ser diversas, las personas reaccionamos distinto; la posibilidad que en esa “Y” de la vida se puede elegir, es por segundo. Por segundo podemos elegir el camino equivocado. Siempre nuevos caminos por recorrer con posibles errores. Prueba y error, así la vida. Método heurístico para avanzar en la sensatez; logrado.

Kintsukuroi es el arte japonés de reparar emociones y objetos. No hay duda que todo lado negativo se intenta mudar al lado positivo, eso nos lo enseñan desde pequeños, es parte instintiva; entonces se piensa que reparar como un polo positivo, es un verbo que debe de accionarse si algo está descompuesto, nuestro polo negativo; esto se hace en todas las culturas, en todos los tiempos; el arte asiático nos enseña que el reparar no implica que una vez zurcido el sentimiento se oculte el hecho de que las piezas han sido “re”unidas, sino que debe ostentarse que estaban desunidas, uno estaba descompuesto, roto, herido; hoy, después de esa unión, otra vez se ha conseguido ser funcional, mucho más fuerte. No es un remiendo fino, es un tejido que se ve y que llama la atención porque te muestra heterogéneo, pero esa misma diferencia es ahora parte de ti. No tenías conocimiento y ahora lo tienes. Representado con el dolor-aprendizaje. Las composturas invisibles suelen indicarte: “¡mira no pareces descompuesto, hasta pareces nuevo!”. 

Lo que el arte japonés formula es que, si bien todo se puede y debe reparar, hay que unir los pedazos rotos con laca de oro; peguemos los pedazos con algo que sea visible y más fuerte. Este objeto o emoción fragmentada si bien debe repararse, debe ser con un pegamento más fuerte pero además con una unión que haga perceptible que nos rompimos. Nuestra herida es visible para nosotros y para los demás porque el rompernos y pegarnos, nos renació. Hoy somos más fuertes, nuestra valía es superior. Hemos ganado. Tenemos con esa resina de oro, líneas brillosas que cual insignia muestran que somos sobrevivientes de la hendidura; ganadores.

Somos ya no lisos de inexperiencias, sino callosos de imperfección. Abrazamos la imperfección a través de los pedazos rotos que después de un tiempo se encuentran en su lugar. Nos decimos y le mostramos a todos, lo hemos logrado. Fui rota, hoy soy más fuerte.

Esas fisuras de líneas de oro son las que nos hacen crecer y las presumimos, porque esas y no los años son la manifestación del verdadero transcurrir del tiempo. El paso de nuestros años medidos por líneas de un metal valioso que ni el mejor orfebre pudo crear.

Ver las heridas no como dolor sino como aprendizaje, como lo que sigue a lo que la ocasionó y al sentimiento que asoma de inmediato; herida como sentimiento que perdura, como aprendizaje y orgullo por haberlo logrado. 

Palabra japonesa que no tiene par en el idioma español. Aferrarnos, ostentar y amar nuestra imperfección es parte de lo que somos, de lo que nos hemos convertido. Amo la laca de material platino que hoy cubre mi ser, que ha llegado a poner sombras y tonos que logran armonía con mi entorno imperfecto. Busco seres para platicar con fisuras, que tengan lacas de distintos materiales, no importa si son de oro, busco que sus heridas sean orgullosamente visibles, que me inviten con ellas a presumir que tanto ellos como yo, somos parte de diversos y divertidos, llantos y fracasos…

Mi talismán…

Siempre hay personas que no se suelen ver seguido, sabes que están, siempre están para ti, solo tienes que alzar el teléfono y si bien no sabes si podrán tomar la llamada, de seguro te la devolverán. Hoy es un fin de semana de reencuentro con esas personas mucho tiempo ausentes, es un fin de semana de fiesta y algarabía. Tantos recuerdos… el tiempo no se desaprovecha, pláticas, risas, comida, baile, canto y así sucesivamente hasta que el tiempo llega a su fin. Hay que partir. Eso es lo que preocupa, justo eso. Las despedidas que saben a incertidumbre. ¿Nos volveremos a ver? ¿tendremos esa suerte? ¿en cuánto tiempo? ¿en qué circunstancias?

Es día del trabajo, es domingo y pienso, ¿qué mejor trabajo deberíamos tener que darle seguimiento a nuestra gente, a los nuestros? ¿qué mejor trabajo que el decirle a la gente que los queremos?

Hace unos ayeres vi la película de “Left Luggage”,* fui con un gran amigo… Habíamos escuchado que la película daba un giro al final que calaba hasta al más valiente, posiblemente iba a ser buen momento para llorar, pensé dudosa. Llega un momento en que no a lo lejos, al unísono, gemidos y lloriqueos por doquier. La tristeza se vuelve parte de. Una película 4D. Se enciende la luz y no se puede abrir los ojos, el llanto y la pena de llorar frente a los otros; hemos limpiado los ojos; quien logra comprender el mensaje, que al parecer somos todos, sabrá que ya no es el mismo que cuando entró. Nos hemos transformado. El mensaje pareciera decir que debemos cambiar la cultura y dilapidar sin piedad la palabra “te quiero” a la gente que es parte de nuestra piel; al fin, las palabras no se gastan si se saben utilizar.

Tardé un tiempo en acostumbrarme a ella, al te quiero, más aun a utilizarla; es fácil decirla en una relación amorosa, pero en una amistosa no; se torna una palabra de declaración de amor que da miedo, el miedo provoca parálisis; miedo para quien lo dice y más para quien lo recibe; el receptor suele huir despavorido; el que la dice, por otro lado, aprende la lección y en un futuro a ser recatado en sus sentimientos.

La palabra en sí es una declaración de cariño, de amor; nos cuesta hacer declaraciones; es raro que lo que es más como seres humanos, nos hace sentir menos; al sumar restamos. La complejidad del ser humano.

Comencé a hacer mis experimentos con amigos open mind, al principio hasta ellos me veían de forma extraña, yo me sentía tan fuera de lugar, pero poco a poco, como todo y en todo, la práctica nos hace ser mejores y una palabra que al principio se decía sin el tono que conlleva el sentir, fue practicándose hasta que concepto y significado pudieron conciliarse. Ya puedo expresarla sin pena alguna.

Acostumbro hoy a decirle a todos los que conlleven ese sentir, que los quiero, pienso irremediablemente en esa película y me aferro al presente, porque el futuro no es un aliado seguro y muchas veces se torna traicionero. Esta fiesta, estos seres queridos, este fin de semana y después la inminente despedida. Final de la fiesta. Nos despedimos todos, nos abrazamos, unos lloramos, nos apretujamos. Y en mi aprendizaje me cuelgo de todos y cada uno de ellos y como Chaja con Simcha, los veo en el “hasta luego” y les digo que los Quiero, con “Q” mayúscula. Ese Te Quiero abarca el presente y todo el tiempo en que el tiempo nos separe en la distancia. Un Te quiero que les digo al oído por el ayer, por el hoy y también por miedo; el miedo a no decir esa palabra y que algo se le ocurra al futuro; por si el tiempo nos alcanza, por si no los vuelvo a ver o justo porque le grito al destino que a ellos que les digo Te Quiero es la promesa de que pronto los voy a ver; el “por si no te vuelvo a ver” es una frase que no invoco; pero siempre por las dudas, pienso que es una obligación: “Nunca te Vayas sin decir te Quiero” porque después de ese momento, de esa oportunidad, pueden ser y no ser muchas posibilidades que no queremos ni debemos pensar. Entonces pienso, si lo decimos muy posiblemente esas palabras se vuelven un talismán para pronto… muy pronto volvernos a ver.

*Left Luggage (Nunca te vayas sin decir te quiero). 1998. Basada en el libro de Carl Friedman Twee Koffers (Dos maletas llenas).

The Groundhog Day

Día del niño en mi país y yo sin ser ya una niña, desde hace mucho tiempo, ya no hay celebración para mí. Muchos adultos este día acostumbran subir sus fotos cuando infantes a las redes sociales, creo que yo no tengo fotos o tengo muy pocas, ni me interesa verme de pequeña ni que me vean; todas las estampas de mi infancia están en mi mente. En este ejercicio conmemorativo pensemos, si pudiéramos regresar a ser niño, pensemos entre 5 a 10 años ¿tendríamos claro el día, el momento, el recuerdo en que quisieran regresar el tiempo? Sigamos en este ejercicio lo mismo de siempre, encontramos de pronto una lámpara que no sabíamos mágica, la limpiamos y en eso un genio regordete y simpático se nos aparece, se presenta, nos dice que, por ser el día del niño, se nos concederá un solo deseo, sí, te aclara, un deseo encaminado a viajar al pasado, sí a regresar el tiempo; las instrucciones son sencillas, el deseo refiere, insiste, a un recuerdo; pero ese genio de la lámpara tiene prisa y quiere que decidas pronto, porque si no decides pronto puedes perder tu única oportunidad, ¿cuál elegiría?… pienso.

Seguimos en este ejercicio del día del niño… estoy frente a ese genio mágico que tiene prisa y no parece amable, con la oportunidad de mi vida, de pronto llegan a mí varios recuerdos que como oleada de nostalgia se pelean por salir y querer ser (re)vividos, pero solo cuento con una oportunidad, una estampa; pienso en lo afortunada que fui sin lugar a dudas… una casa, comida, estudios, padres estupendos, hermanos, todo lo tuve, todas las oportunidades que la vida generosa te pudo ofrecer y que las tomaste; sí, todas fueron mías, para mí y para mis hermanos, así que recuerdos que haya que revivir y vivir, pueden ser muchos.

Y de pronto lo tengo claro y comienzo a pensar en cualquier noche, no importa cual, sobre todo, entre semana, cuando mi padre regresaba de trabajar, en la noche cansado, muy cansado, muy tarde; mi hermana y yo, en nuestro cuarto compartido, nos lo peleábamos para que nos contara un cuento que, por supuesto inventaba, aun con el cansancio seguía trabajando, ahora en historias, además yo entre sueños me daba cuenta que no era igual al contado en otra ocasión, lo corregía, él se defendía diciendo que era otro cuento. Pelearnos a nuestro padre para que nos ayudara a dormir con un cuento, con su voz, con su presencia. Ese es mi deseo, le digo al Genio ya desesperado, sí regresar y sin que nadie me vea grabar su voz, nuestra conversación, el cuento inventado; eso haría, eso quiero, tomar la foto del momento, escuchar mi voz, mi voz de pequeña, mi voz con sueño, verme como la que dejé de ser pero la que me ayudó a ser quien soy. Ver a mi hermana con la que antes si bien nos llevábamos solo era mi hermana, no la amiga en la que se ha convertido, vernos los tres, un padre y dos niñas, que de seguro se acostaron una vez que hubiéramos terminado nuestros deberes de escuela, con la esperanza del día de mañana reunirnos con nuestros amigos en la escuela, esa era nuestra vida de responsabilidad, solo estudiar y aprender, decía mi padre. Reconocer en ese viaje a los recuerdos mi casa, mi cuarto, mis cortinas, mi cama, mi librero; saber que al día siguiente tenía que ir a la escuela, posiblemente una tarea a presentar o incluso un examen, sería de seguro a lo más a lo que nos hubiéramos enfrentado. Tener el estómago satisfecho, de seguro antes hubo una cena preparada por mi madre con esas manos mágicas, acompañada de otras voces, mis hermanos. Vivir de nuevo ese momento y todas las circunstancias que la precedieron, grabar los sueños que tenía en esas noches. Si bien no es una fecha y hora precisa, el momento sí que lo es, el instante que fueron la suma de muchos momentos. Posiblemente darle las gracias a mi padre porque procuró que mi yo niña siempre fuera honrado y respetado; fuimos niños mis hermanos y yo cuando debimos serlo, ¡cuántos no lo han podido ser!, y nosotros lo fuimos. Disfrutamos nuestra edad. Nuestra casa. Nuestra familia. Nuestros padres. Nuestros hermanos. Nos disfrutamos todos. Nuestra infancia. Siendo niña no recuerdo que un día en especial fuera del día del niño. Siempre fue nuestro día. Siempre fue para mis padres y en mi casa, el eterno día del niño. Ese sería para mí un gran día. Posiblemente haría una pequeña trampa en mi deseo al genio. Mi día del niño ideal sería que cayera una tormenta y que cual Phil Connors (Bill Murray) ese recuerdo se convirtiera en un Groundhog Day y se repitiera día a día como antaño.*

 

*Atrapado en el Tiempo, 1993

Que soy adoptada?

La vida siempre es un ganar-ganar, pero el tiempo para saberlo o aceptarlo no siempre es inmediato, cuesta comprender los cambios. Hace dos años, con ánimo de cambiar mi aura, por haber perdido a mi compañera de vida durante 14 años; me invitaron a transitar el dolor a través de conocer un lugar donde las caritas hermosas, orejas paradas, colas sonrientes te esperan a que abras la puerta para comenzar a juguetear con ellos; lugar en donde muchos perritos con ladridos desesperados te dicen que los escojas a ellos, que los acaricies, que juegues con ellos.

La historia puede ser tan grande como quiera contarla si la mido en emociones; recuerdo ese martes desde que salí rumbo a, hasta que regresé a mi casa con el sí de no una princesa peluda, sino de dos. Mis planes estropeados de ir solo a conocer el lugar, fueron superados y burlados por su inteligencia y argucias caninas; y mi poca determinación; los ojos de todas los orejones te invitaban a acariciarlos, me faltaban manos… quería llevarme a todos; una, primero, escondiéndose, con resolución poco confiada, me abrazó cuando comprendió que no la iba a lastimar; confió en mí casi de inmediato, hoy mi blanca pachona no me suelta, ni quiero que lo haga; la otra, la desbocada en una verdadera actuación de guardiana, me defendió de un perro que al parecer me ladró, fue tan buena su actuación que obtuvo el sí antes de saber si ella quería mudarse conmigo. 

Me aletargaron tanto, que cuando me estaban enseñando el lugar, mientras ocho pares de cojinetes me seguían entre tantos ojos, orejas, colas, ladridos; me sorprendí dando mis datos al veterinario y preguntando ¿qué necesito para adoptar? Me dijeron ¿respecto a cuál? ¿cuál te interesa?, ya estaban en mente tres, pero pudo asistirme la razón del espacio en casa así que solo pude señalar a dos, las que no dejaban de seguirme en esa casona llena de peludos felices: Tina y Palomita, ya se llamaban así, intenté llamarlas Horchata y Canela pero no fue posible, ellas ya se habían apropiado de su nombre que hoy amo, tienen sus nombres un peso en su personalidad de divas orejonas. 

Eso fue un martes, el sábado ya estábamos emprendiendo una nueva aventura juntas, primero entraron con miedo a casa, pronto, tan solo unos días después, se apoderaron de ella. Mucha ausencia, muchas compras, mucha emoción, eterna espera, 168 horas preparando su llegada, necesitaba volverlas a ver.

La vida es así, de sorpresas, riesgos y compromisos; llegué con curiosidad por conocer un Refugio “Presenciaanimal” (Instagram-Twitter), nunca había ido a alguno; salí liada en el evento de mi vida; dos peludas parecidas; una, más a un coyote cobrizo con orejas que se mueven de forma coqueta y extraña; cola que tira todo a su paso y que no puede parar de mover si te ve, emociones a través de su cola enorme, forma de dormir extraña, con ladridos firmes, podría ser terrorífica si se lo propone y lo hace seguido, pero cautivadora, no hay ojos más hermosos que los de ella; la otra pálida, con ojos de almendra, con cuerpo abrazable, se comunica de forma inusual, empuja su nariz a mi cuerpo, cual símil de voz, manos, gritos; la nariz es su herramienta para reclamar de forma urgente que necesita atención, caricias; esas, para ella no pueden esperar, se necesitan y deben darse, su requerimiento de urgencia por amor es continuo. Hoy las tres somos compañeras, familia, mi terapia, mis ojos, mi estabilidad, mi corazón en su lugar, mis momentos zen, mis guardianas, mis risas, mis caídas, mis enojos, mis caricias, mis paseos madrugadores, mis desvelos y muchas veces la que marcan mi agenda.

¿Quién rescató a quién? ¿Quién es la verdadera adoptada? Hoy por hoy, todas las mañanas me despiertan con el más alegre tono de despertador, sus quejidos al otro lado de la puerta que indican desesperación por abrazos y apapachos de un nuevo día, siempre con el ansia traducida a la ausencia de la noche, una noche eterna en que no estuvimos juntas; despierto con abrazos, pelitos cobrizos y blancos que llenan mi ropa, besos (muchos besos), parece que a veces quieren hablar con sonidos raros que indican felicidad; sin duda los días comienzan bien, ellas son la mejor taza de café con leche, un “Pintadito”, que alguien que, como experta barista sabe apreciar, puede degustar y nunca dejará de tomar. ¿Qué yo las adopté a ellas? Jaja… Sin duda soy yo la adoptada.

Tina y Palomita

El singular… old-fashioned

Qué? ¿Qué? ¡Qué! ¿qué quieres un abrazo?, ¿qué te abrace?, ¿por qué necesitas abrazarme? ¿para qué quieres que te abrace? ¿qué ganas con un abrazo?; ¡No, nada de abrazos eres un extraño!, ¿Por qué debería abrazarte? ¿Que no eres un extraño?… hace mucho te convertiste en un extraño; ¿qué alguien que conociste ya no será jamás un extraño? ¿Qué para ti ser extraño es cuando nunca habías visto a una persona? ¿Qué tú y yo ya nos conocíamos? ¿qué un abrazo tranquiliza? ¿Qué un abrazo también puede inquietar? ¿qué un abrazo es necesario? ¿necesario para qué? ¡uff qué locura!, entonces, ¿por qué un abrazo?

 

Sí, muchas aparentes preguntas… ¿Qué nos espera detrás de la puerta entreabierta de un abrazo? ¿Vale la pena cruzarla?… Posiblemente el abrazo tenga sabor a reencuentro, una esperanza, un recuerdo, nostalgia. ¿A qué sabe un abrazo? ¿Por qué el abrazo es tan requerido se pida o no, se reconozca o no? ¿cuál es la precuela de un abrazo? ¿cuál su secuela? ¿por qué ahora que estuvimos ausentes de nuestros seres queridos, una video llamada si bien nos era apaciguadora, no nos fue suficiente? 

 

¿Qué tiene ese tan anhelado abrazo que no tenga un beso, una mirada, una plática? ¿por qué de todos los sentidos necesitamos la presencia, su presencia?, tocarlo, como si la vista no bastara y se dudara de ella, teniendo que validar con manos y olfato que sí existe; decirnos: que está bien, estoy bien, estamos bien; incluso pensaba, no basta tomar(se) de la mano, aun así; se sigue, seguimos, en la aspiración de ese abrazo.

 

Desde el inicio de la pandemia, en mi ociosidad, relevante o no, hice un listado; respecto a lo primero que haría cuando la línea de salida a la libertad del encierro se anunciara; sí, qué hacer cuando este miedo a contagiar y que uno se contagie se disipe. Mi larga lista se centraba en el mismo verbo en infinitivo, abrazar. Me(te) engañaría si te dijera que no pensé en viajar, en ir a reuniones, a museos, a conciertos, correr al aire libre. Pero en todos mis propósitos los visualizaba no sola; todos los imaginé diferentes a lo que hace tan solo 3 años hubiera deseado, todos se tornaron en plural; el singular, sin duda, había pasado de moda; ahora los verbos se conjugaban por al menos entre dos personas, en presente y futuro; compartir con alguien mi propósito de 10 deseos era algo que para mí ahora ya estaba dado por sentado, no cabía duda, la pandemia nos cambió, me cambió. El abrazo debería ser catalogado como un identificador, un pase de lista; un, espera, antes “te abrazo” y después te cuento todo; no te preocupes, estoy bien; calla y abraza.

 

Un abrazo debería ser la contraseña dinámica respecto a la que cada uno tiene posesión y control, con propiedades suficientes para poder acceder a la gente querida, no importando cuándo fue la última vez que la viste; incluso, considero que mientras más tiempo haya pasado de ausencia, el requerimiento de abrazo se debería volver más obligación que necesidad; un grito, una orden. Muchas aparentes preguntas, una sola respuesta… ¿Qué no podría arreglar un abrazo?*

 

*Tome sus precauciones. El sector salud no estaría de acuerdo en que comencemos a abrazarnos.

La sonrisa triste

Cuando pequeña, no recuerdo si fue en la primaria, mi profesora de español nos pidió, con el afán de aprender a tener sensibilidad, escoger un poema. El ejercicio aparentemente sencillo, consistía en analizarlo y menos fácil para mi corta edad aprenderlo; por último, había un reto adicional, declamarlo frente a todos los compañeros de pupitre; a esa edad ¿quién iba a valorar un poema?, ¿quién iba a respetar una declamación frente a un salón lleno de almas juguetonas con ganas de escuchar la chicharra que indicara la salida para el recreo?; el reto se antojaba un tanto difícil aunado a tan corta edad. En mi caso, siempre tan “participativa” y creativa escogí un poema no corto; al día de hoy puedo seguir recordándolo, todos sus párrafos, todo su contenido; no te preocupes no suelo ser el alma necia de la fiesta familiar que se pone a declamar; suelo repetirlo en voz callada, sólo para mí, me lleva inmediato al túnel de mi infancia; el poema quedó tatuado en mi memoria, en mi alma. Puedo recordar el trabajo y el tiempo dedicado para aprenderlo, fueron 5 días, no había tiempo suficiente; no recuerdo el por qué lo elegí, posiblemente por largo o porque tiene las dos palabras que parecen contradictorias dentro de una misma frase, eso habrá llamado mi atención, estoy segura; el libro de donde obtuve el poema fue un préstamo de mi padre; tiempos en que no había internet, todo el conocimiento se obtenía de libros. Viene a mi mente mi padre y su mundo de libros, letras, cultura…; él fue una influencia para poder lograr esa tarea; aunque muchas otras también, pasadas y presentes; en presencia y en su ausencia. Una obviedad, también él fue quien me transmitió el amor a los libros y el respeto por las palabras.

La poesía no solo es desgarradora para el poeta y su melancolía, es aleccionadora, si bien no como una fábula, pero el mensaje es claro para quien lo lee, para quien en verdad lo quiere entender; las letras aparentemente estáticas suelen cambiar en el tiempo, unas veces te acarician y otras tienden a escucharse con tonos de alerta, decepción o incluso regaño. Las palabras siguen siendo las mismas con significados que se actualizan en el tiempo y circunstancias.

La historia del poema tenía una hipótesis corta, aunque el poema fuera extenso; trataba de una persona cualquiera que iba a ver a un médico porque se encontraba triste, hoy entiendo que estaba enfermo y deprimido; pero ahí lo matizan con una mera melancolía; el médico en lugar de darle medicina considera recomendarle “alternativas”, paliativos; en un afán de encontrar la panacea y salvar su alma; a nuestro salvador el de bata blanca, se le ocurre que la única forma en que puede salir de ese letargo en que se encuentra, es salir a divertirse. Es más, no se queda en ese consejo, como buen médico va más allá, le comenta que es posible que yendo a ver al nuevo cómico que ha causado estupor en Inglaterra, podría ser más fácil liberar la risa, consciente siempre de una pronta recuperación. Agregaba con ahínco respecto a ese cómico, que en verdad que era gracioso; podía hacer de una noche oscura un verdadero festín de carcajadas.

Nuestro médico le brinda alternativas, muchas; el paciente atento escucha y replica a cada una de ellas, lo ha intentado todo, refiere el paciente; lo señala con un dolor desgarrador, se advierte en la escritura; expresa también el resultado obtenido en cada intento por salir de su vacío; al escuchar la última propuesta respecto a salir a divertirse; calla, se detiene, hay un vacío de escritura, silencio; nuestro protagonista confiesa ser Garrik, el cómico “feliz” que a toda Inglaterra hace reír. 

“Todo aquél que lo ve muere de risa: tiene una gracia artística asombrosa. 

¡Ah!, sí, os lo juro, él sí y nadie más que él; más… ¿qué os inquieta?

Y a mí me hará reír?

Así dijo el enfermo no me curo;

¡Yo soy Garrik!… Cambiadme la receta.”

Jolines, estás leyendo y al llegar a ese párrafo te detienes; sí a esa edad uno piensa que el supuesto éxito que todos pueden llegar a ver de uno, es el resultado de la fórmula inequívoca de la felicidad, pero te das cuenta que la felicidad no es el resultado de; es el camino a; es decir, cuando este poema era parte de mi tarea, mi esperado salto a la fama en oratoria, pensaba que nadie puede tomar la solución de lo que es el problema, ¿cómo salir de ese laberinto de tristeza? Un verdadero círculo vicioso.

Hoy comprendo más el poema, de seguro en un futuro veré y analizaré otras cosas, la mirada y entendimiento en los poemas se afina según vayas creciendo, madurando… ayuda mucho la experiencia, la vida; el poema hoy me devela verdades: las sonrisas no son garantía, pero ayudan incluso a forzarte a salir adelante; la tristeza no es insuperable, pero cuesta desprenderte de ella; que el alma esconde tristezas que son cubiertas con sonrisas y buena actitud, pero no deja de haber llanto que nos desangra por dentro; que las más de las veces las personas no están al mismo nivel de sentimientos, el aire para algunos duele y se cuela por la piel, arde la tristeza, para otros reina la felicidad; que la sintonía de nuestra convivencia no siempre puede ser la misma porque somos diferentes; que todos somos momentos y circunstancias distintas; que unos suelen llorar por dentro y que no dejan ver el dolor, incluso porque ignoran que están tristes. Esa incorrecta sintonía-calibración que existe entre unos y otros, a veces (todas las veces) no nos hace posible la tan ansiada empatía; el ver por el otro.

Nadie está en las mismas circunstancias del otro; a lo mejor, unos “pueden” compartir su dolor, ellos nos ayudan, nos brindan las claves para contar con la asertividad y simpatía suficiente; a lo peor “no pueden” compartirlo, solo guardan el dolor para sí mismos; si bien no tienen por qué confesar su tristeza, ni nosotros saberlo, sí que deberíamos estar obligados a observar lo único que no se puede disfrazar, los ojos; sí a través de los ojos podemos, si queremos, advertir la única y verdadera sonrisa que esbozamos, ajena a histrionismo y mecanismos de defensa; solo entonces podremos generar la afinidad hacia y para quien le es más fácil vivir con careta de “reír con llanto o llorar a carcajadas”. ¡Ven… quiero ver tus ojos!

 

Reír llorando

Juan de Dios Peza

“…

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora”

¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,

Porque en los seres que el dolor devora,

el alma gime cuando el rostro ríe!

El carnaval del mundo engaña tanto,

Que las vidas son breves mascaradas;

Aquí aprendemos a reír con llanto

Y también a llorar con carcajadas.”

El ruido transmutador

Me gusta el silencio, pero amo el ruido, otra aparente contradicción de vida; el ruido no me refiero a cualquier ruido sino al que de una manera armónica rompe el silencio, la música es mi ruido asiduo. No soy una conocedora, no sé ni quien canta ni cómo se llaman las canciones; no me lo tomen a mal, no me importa, no soy una experta, ya no lo seré, no tengo interés en serlo; tengo canciones que no puedo dejar de escuchar. Son notas que apaciguan el caos, mi caos, mi mente, mis pensamientos, mis llagas. Escucho las canciones y todo cobra un brillo distinto, incluso adquiere un esplendor que no se tiene, me trasmuto… me transformo en luz, sonrío, incluso hasta canto, torpemente, pero cantar también despierta en mí esa emoción de reconciliar mi entorno.

Hoy de forma sigilosa confieso otros sonidos aturdidores que me cautivan, míos, solo míos; la voz de mi madre; muchas veces ella y yo no nos permitimos tener una plática; sí de esas que consisten en acciones sucesivas: hablar, escuchar, hablar…escuchar; ambas hablamos… hablamos mucho… al mismo tiempo, es un vals descoordinado, nuestros pasos son de pies izquierdos; nuestra charla se torna poco ordenada y nada convencional; a veces acumulamos diversas pláticas simultáneas y completamente diferentes, no aprendemos a esperar a que llegue el mensaje de la otra, encimamos ideas y según nosotras transformamos el mundo, el nuestro; aun así, llámale loco pero así es; a pesar de ello nos comprendemos; su voz también genera ese efecto musical que me regresa al orden, aunque lo que ella diga no sea lo que yo necesito escuchar, lo que quiera escuchar; la voz, su voz sin contenido per se, aun y cuando la mar de veces suele ser perturbadora o con tonos poco delicados; ese sonido marca un antes y un después. Las líneas divisorias de varios momentos en el día. Lo eclipsa todo. Lo mismo su risa. ¡Su risa lo congela todo! No importa el contexto en que aparezca esa resonancia, voz o risa; todo lo arregla o lo desarregla; uno tiene la certeza que ese rompe silencios llega para cobijarte, ¿qué otra cosa podría hacer sino? 

También otros ruidos, los que se hacen en las comidas en esa casa, mi casa de la infancia; en donde gente cercana y muy querida hermanos, sobrinos, amigos, cuentan secretos, dice chistes, hablan, reclaman, cantan (en plural o singular, no importa). Ese ruido de aparente fiesta que nos brinda la oportunidad de pasar lista a los nuestros; la temática no importa, en mi mente a veces solo se escuchan voces distorsionadas; a veces solo escucho un sonido, desordenado, loco, en masa; pero alegre; un ruido que te hace sentir tranquila, en tu sitio, la respiración pausada regresa, ya estás en casa, te siente en casa; mi mejor música, mi rompe todo; no solo rompe el silencio; quiebra al más serio, te aleja de problemas, te guarda en una caja de cristal, fija posición; ¡sí!, ese cuchicheo grita aquí estoy en todas sus conjugaciones y tiempos, dice no te suelto, no me suelto, no me sueltes, nadie se suelte. ¿Creen que importa la charla?, muchas veces no, aunque no deja de ser divertida y apasionada con ese humor negro y ácido que nos caracteriza y nos embriaga; este ruido no solo es tal, es presencia, son abrazos, besos, miradas, olores, todo en forma de murmullos, sonidos, susurros, silbidos, ¿cómo el ruido puede alterar tanto mis sentidos? Solo de saber que llegará el fin de semana, comienzo a pasar salivar cual Pávlov y a tararear la melodía que significa estar envuelta en mi mejor ruido, mi mejor música, mi mejor canción, la única canción que suele importarme; respiro, suspiro… ¡sí!; por fin, llegué. Estoy en Casa. 

 

The transmuting noise

I like silence, but I love noise, another apparent contradiction of life; noise I do not mean any noise but the one that breaks the silence in a harmonic way, music is my regular noise. I’m not a connoisseur, I don’t know who sings or what the songs are called; don’t take me the wrong way, I don’t care, I’m not an expert, I won’t be anymore, I have no interest in being one; I have songs that I can’t stop listening to. They are notes that calm chaos, my chaos, my mind, my thoughts, and my sores. I listen to the songs and everything takes on a different shine, it even acquires a splendor that it does not have, I transmute… I transform into light, I smile, I even sing, awkwardly, but singing also awakens in me that emotion of reconciling my surroundings. Today I stealthily confess other stunning sounds that captivate me, mine, only mine; my mother’s voice; many times she and I do not allow ourselves to have a talk; yes, of those that consist of successive actions: speak, listen, speak…listen; we both talk… we talk a lot… at the same time, it’s an uncoordinated waltz, our steps are left-footed; our talk becomes unorganized and unconventional; sometimes we accumulate various simultaneous and completely different talks, we do not learn to wait for the other’s message to arrive, we overlap ideas and as we transform the world, ours; even so, call him crazy but that’s the way it is; despite this we understand each other; her voice also generates that musical effect that returns me to order, although what she says is not what I need to hear, what she wants to hear; her voice, her voice without content per se, even though most of the time it is disturbing or with indelicate tones; that sound marks a before and after. The dividing lines of various moments in the day. It overshadows everything. Same with her laugh. His laughter of hers freezes everything! It does not matter the context in which that resonance, voice or laughter appears; everything fixes or messes up; one is certain that this silence breaker comes to shelter you, what else could he do but? Also other noises, those that are made at meals in that house, my childhood home; where close and dear people, brothers, nephews, friends, tell secrets, tell jokes, talk, complain, sing (plural or singular, it doesn’t matter). That apparent party noise that gives us the opportunity to call our own; the theme doesn’t matter, in my mind sometimes only distorted voices are heard; sometimes I just hear a sound, messy, crazy, en masse; but cheerful; a noise that makes you feel calm, in your place, slow breathing returns, you are already home, you feel at home; my best music, my breaks everything; not only break the silence; it breaks the most serious, keeps you out of trouble, keeps you in a glass box, fixes your position; Yes! That whisper shouts here I am in all his conjugations and tenses, he says I won’tlet you go, I won’t let go, don’t let go, nobody let go. Do you think the talk matters? Many times it doesn’t, although it is still fun and passionate with that black and acid humor that characterizes us and intoxicates us; this noise is not only such, it is presence, it is hugs, kisses, looks, smells, all in the form of murmurs, sounds, whispers, whistles, how can noise alter my senses so much? Just knowing that the weekend will come, I begin to salivate like Pavlov and hum the melody that means being wrapped in my best noise, my best music, my best song, the only song that usually matters to me; I breathe, I sigh… yes! Finally I’m here. I’m home.

Coquetear con la Nada

Hace unos escasos días no había logrado esbozar algunas líneas, menos aún había tenido el valor de hacerlo en público; hoy la apuesta es que mi escritura genere un hábito, escribir por escribir, solo cumplir esa misión, dicen que después de veintiún días puedo transformar esta conducta en un hábito, ese es mi único objetivo. ¿Les pasará a todos los escritores el miedo al silencio seguido de avalanchas de ideas? Preparo una lista de ocurrencias, de temas de los que me gustaría hablar, cada día se multiplican. He aquí mi decreto. Pretendo que el proyecto “escritura/escritora” eche frutos.

Hoy se cumple una semana de comenzar a jugar a ser aprendiz de escritora. No sé si a todos les pase, pero es liberador escribir; para algunas personas lo es el salón de belleza, para otras tomar una bebida de dioses, fumar; para mí es platicar y escribir. Si bien, no siempre parece que se tienen muchas cosas que decir, hay algo que de pronto motiva a tus dedos entumecidos por el silencio y entonces se hace la magia, se comienza a crear, a llenarte de palabras con aparente sentido bañadas de mucha emoción; sí, escribo y siempre sonrío, entiendo que eso es la prueba fidedigna del disfrute que pongo en ello, es poco el tiempo que se tiene, el tiempo es el único límite. Hoy es acotado, pero muy gratificante. Si pudiera pensar en algo que disfruto mucho diría que la escritura es un postre que no quieres compartir. Cierro los ojos y viene a mi mente un pastel de zanahoria. Eso es, la escritura cual Macario* y su guajolote sabe apastel de zanahoria, que quisieras solo para ti. La lectura es un ejemplo de un verbo que se puede compartir; la escritura no, la escritura es un manjar que solo disfruta quien lo prepara. Quien te lee comparte contigo las palabras, tus palabras, pero la emoción de la preparación del plato gourmet solo es de uno. El escritor, se asimila a un chef(cito), cual Remy en Ratatouille.

Pues resulta que en esta semana alguien muy querido me preguntó respecto a la temática de mi Blog; me imagino que antes de leer quiso cerciorarse que fuera un tema de derecho; no supe qué decir, tanto él como yo nos enfrentamos a un silencio, silencio incómodo; con la respuesta que siempre que no sabemos, se suele decir, comenté muy segura que se trata de “nada”, “nada en particular”, de “todo”; ya saben esos absolutos que son y no son a la vez. Vino a mi mente una serie de 1989 “Seinfeld”, catalogada como comedia de situación. ¿Comedia de situación?, ¿Qué es eso? Si le preguntas a alguien de que trata esa serie podríamos decir que trata de nada, de la vida (aburrida) de un comediante de stand up (Jerry Seinfeld), su vecino (Cosmo Kramer), su exnovia (Elaine Benes), su amigo (George Costanza) y sus padres; respecto a sus aventuras, sus muchas desventuras y su mala suerte… No sé si eso sea suficiente para atrapar la atención de alguien. Invertir tiempo, que es poco, para saber de la vida “vacía” de un desconocido, ¿podría ser interesante?, para mí sin duda sí, creo que mi gusto culposo lo comparten millones de personas que la mantuvieron como su serie favorita durante 9 temporadas y 180 episodios. Yo veo esa serie y puedo expresar, en aras de ser participativa y observadora, que me cautiva la simpleza del todo.

¡Sí! el flirteo del todo y la nada… ¿Cómo es posible que de un problema tan aparentemente insignificante se puede desarrollar una historia, un capítulo? Y en su(nuestra) defensa diría, posiblemente Seinfeld es la serie que nos invita a vernos reflejados y reírnos de lo complejo y complicado que podemos hacer de un tema cualquiera y simple; transformarlo en una comedia o en un verdadero drama; lo que a los ojos de cualquiera no debería ser, se torna diferente al verlo reflejado con palomitas en mano; te percatas que lo ahí narrado con gracia o desgracia, lo vivido por ese comediante sin suerte a lo peor puede ser la historia de cualquiera de los que nos reímos al verla; los sentidos entienden que ese guion puede en cualquier momento pertenecerte y entre que tu mente lo acepta o no; o lo reconoce en anécdotas similares, resulta divertido por irónico y real; por el todo y la nada, por los polos opuestos.

Es una serie que incita justo por eso, porque habla de nada. Porque la nada que nos rodea es nuestro todo y en nosotros está que se vuelva magia, nuestro mejor truco de ilusionismo. ¿Para quién? para nosotros mismos. Lo que hace una serie o una escritura solo es la valentía de que nuestro chiste pueda ser compartido con los demás. Posiblemente en algo escrito pueda uno verse y en mi caso, en mis errores (que son los más) y aciertos (que son los menos); pero admirar al otro en un contexto histriónico te divierte y te relaja. Cualquier género entretiene, solo se sienten emociones distintas, pero ahí está el tema, se siente, se tiene la capacidad de sentir. ¿De qué trata mi Blog? Trata de que yo me relaje, me divierta, me transforme, escriba, me atreva, recuerde, supere… De dejar plasmadas las estampas que guardo en mi cabeza transformadas por los sentimientos que se generaron cuando quedaron congeladas. Trata del mundo que nos rodea, trata de mi mundo, trata de lo que abstraen mis sentidos; tema que, a lo mejor para mí lo es “el Todo”, pero para otros, muy respetable, a lo peor puede ser “la temida Nada”.

*Macario (Película mexicana de 1960)

Juguemos al “Escondite” con la Parca

Hace mucho… mucho leí un libro*, de esos que parece te son entregados porque fueron escritos para el momento que uno está pasando. De esos que parece que alguien te dice al oído, ten pequeña inmadura lo necesitas… léelo ahí está la solución.

Lectura que pudiera darte las respuestas que ni siquiera sabes que estás buscando. Pues bien llegó, no sé cómo lo recibí, tampoco recuerdo más pero comencé una nueva aventura. Comencé a leer…

La primera hoja me atrapó, seguí en el naufragio de la historia, esbozaba sonrisas esperanzadoras, sí! necesitaba mudarme a ese pueblo, hacer maletas y agarrar a toda mi familia subirlas a un coche y viajar para allá. Pueden creerlo!!! un lugar en donde la muerte había decidido no cruzar frontera. La Parca no nos visitaría jamás. Doña Osamenta ya no nos agarraría desprevenidos.

Adios Calaca, Calavera, Patas de catre, Tiznada, Catrina, la Fría; ya nunca volverías a molestarme. Nunca volverías a verme con esos ojotes fríos cegadores y retadores.

Sí! Imaginen saber que podemos tener la oportunidad de no (volver a) vivir la ausencia de un ser amado. Ese sería la apuesta mayor de deseos que pediría si llegaran a concederme uno, pensaba. Así fue que el libro me cautivó. La gran apuesta de vivir para siempre. Quién no querría eso?

No omito decir que en el momento de mi vida que me encontraba, un libro de María Guadaña y su desdén hacia los míos (que son muchos) era sin duda, la panacea a cualquier tipo de tristeza. Podrías con mucha imaginación como consuelo, irte a vivir en ese pueblo y tener la certeza de haber conseguido la felicidad eterna… vivir para siempre! Ya! tenía lo que necesitaba, una esperanza, el libro se convertía en ese momento en la mejor noticia que hubiera llegado a mi mente aturdida, enloquecida por la alegría. Había alcanzado el Nirvana.

De pronto, emocionada y una vez ya convencida de que esa era la solución; sí! la Pálida no volvería a cruzarse por mi camino; la historia introdujo un factor que no había tomado en cuenta, una nueva invitada que también es muy molesta, la enfermedad. Qué pasa con una vida eterna y una enfermedad crónica degenerativa, o terminal con mucho dolor para “siempre”?… Dios, pensé, esto es una broma, eso significa vida sin vida por una eternidad!

Seguía comiendo a grandes cucharadas la novela que era de amor se tornó en un thriller, suspenso, terror, Gore… Cómo salimos de ese jodido pueblo que no nos deja morir en paz?… ya dejen morir “en paz”, simplemente no nos deja morir! De ahí varias tácticas, corromper para morir? Ilegalidad para trascender? Cruzar la frontera a escondidas?… Qué hacemos?

Pregunta seria, hasta dónde la vida es verdadera vida cuando la enfermedad se sienta a nuestra mesa y no quiere retirarse?

Antes de leer el libro pensaba que la muerte era mi única criptonita, pero tengo dos invitados a la fiesta del desdén, la enfermedad es otro invitado detestable. Sé que dicen que la enfermedad ayuda a estimar la valía de la salud; la muerte, la vida y tantas cosas que se dicen para motivarnos a valorar nuestros momentos felices, pero lo que sé es que la vida es hermosa pero justo en eso consiste su magia, esa que enamora, cual Remedios las bella en Cien años de Soledad. La vida nos brinda una apuesta, la apuesta del presente, de no saber cuánto tiempo nos queda.

Vivir es la apuesta de respirar en este momento, sin que algo tan simple nos lo pueda asegurar nada ni nadie. No hay certezas en el tren de la vida, bueno sí solo existe una, la muerte. Lo mismo pasa con la enfermedad, puede llegar para quedarse en todo lo que resta de tu vida, por eso considero que a diferencia de la vida que es del arrebato del momento, la enfermedad en la mayoría de los casos es del cobro de facturas que uno ignora pero que pronto llegarán, porque todo en esta vida se suele pagar.

La muerte es horrible pero debe darse, sé que no nos gusta y no hablamos de ella, más que en el día de muertos; la muerte deja un vacío en el rompecabezas de nuestra vida que nunca podrá volver a llenarse; los cuerpos se cansan y necesitan descansar y tomar a la Patas de Alambre de la mano para dejar de sufrir y comenzar la sanación eterna; ello sin tomar en cuenta el enorme dolor de los vivos que quedamos con el alma destrozada por la ausencia del ser amado en espera o no, solo con la sorpresa del día en que Doña Osamenta nos vea a los ojos y nos conduzca con ternura para el reencuentro con esos que nos precedieron, que seguimos recordando con ese vacío en el estómago y una fuga en el ojo con sabor a nostalgia en espera de volver a verlos y abrazarlos… Flaca hoy te pido que no seas mala ni traviesa, tárdate en llegar… pierde por muchos muchos años mi nombre y mi dirección. **Un dos tres por mí y por todos mis seres queridos.

*Las Intermitencias de la muerte/José Saramago.

** Juego del escondite.

Mi edad? Jajaja

Alguna vez alguien querido y sabio me comentó que cuando salimos de la escuela todos nos volvemos atemporales. Ello fue porque llegué a comentarle que era muy pequeño. En ese momento incluso el comentario no me cayó muy bien, creo que hasta me molesté, pero si abres tu mente, el tiempo te hace reflexionarlo todo, solo hay que darnos la oportunidad. No había entendido bien el tema pero comprendo que cuando estás bajo el yugo estudiantil todos los compañeros que te acompañan tienen, sino tu misma edad, si una diferencia que a lo mucho oscilan, de no mas de año y medio.

Todos tenemos la certeza que el compañero con el que estudiamos desde la (pre) primaria son de nuestra misma edad, de nuestra misma brecha generacional. Cuando salimos de la escuela (no importa el nivel de estudios, solo cuando uno deja de estudiar y uno se enfrenta a la vida) y entras a trabajar, por decir un ejemplo, te das cuenta que tus compañeros con los que pasas casi todo el día, con los que vences batallas, explotas en risas, se acompañan en triunfos y que algunos, no muchos, se transforman en tus amigos.

Una llega a dudar incluso en pensar el cómo alguien tan grande o tan chico, en comparación con uno, se ha vuelto tu confidente; una de tus personas favoritas; tu sensei-padawan; tu Pinky y Cerebro; tu binomio, tu AMIGO. No tengo la respuesta pero lo que sí sé es que no tiene que ver la edad… De pequeña hubiera pensado que era una broma pesada que grandes amigos rebasarían la línea de la “normalidad” del comparativo de la edad. Todo es tan relativo, hoy lo sé…

He escuchado y leído en libros de auto ayuda que lo importante no es la edad sino el cómo te sientes con respecto a ella y que esa y solo esa es la verdadera edad. Chorradas, diría yo, la edad es una, el cómo te cuides y seas de animoso o amargo es distinto.

El milagro de todo esto, parecería exagerado comentar, es el abanico de posibilidades para conocer a personas y por ende la oportunidad única de echar a tu saco de amistad a alguna que otra persona no importando la edad.

La edad sirve para comenzar a cuidarte, para hacerte estudios, para trazar la línea promedio de vida que la ciencia médica dice que posiblemente vivirás, para en el caso de mujeres reproducirte, pero no le encuentro ninguna otra utilidad. Ya me he acordado de otra utilidad, para el número de velitas que deberán colocar en tu pastel de cumpleaños y por que suele ser una pregunta que te hacen cuando vas al doctor; para la póliza de seguro de vida y de gastos médicos a contratar o incluso para los generales para identificar a un probable delincuente.

Hoy tengo grandes amigos en particular hablaré de dos grupos, uno oscila entre los 28 años y otros en más de los 65 años y clara estoy que un día mis amistades con edades tan disímiles, podríamos sentarnos a platicar y muy cierta estoy también que encontrarían en la plática de todos lo mismo que yo he visto; el brillo en sus ojos, lo que yo descubro cuando los veo; nadie cuestionaría que son personas inmaduras o con exceso de madurés; más bien creo que el de más corta edad diría que admira mucho la experiencia de los que son más grandes y los más grandes dirían que admiran la inteligencia de los que su edad distan entre 30 años de la suya; posiblemente todos estarían unidos por algo, por la admiración que pudieran causar un grupo del otro ¿Por qué preguntamos la edad?, aun no lo entiendo, pero de seguro debe de haber algo detrás de la edad, una secreto que no nos ha sido revelado, porque no encuentro la razón del interés de la edad, como tampoco encuentro la razón de no decirla, lo que pasa a muchas mujeres, que no las critico, las respeto, pero eso no me da las respuestas para poder comprenderlas o defenderlas.

Yo tengo la edad suficiente para trabajar, leer, hoy escribir, saber lo que quiero, a veces no tanto, para hacer tonterías, para reírme, para platicar, para discutir, para hacer ejercicio, para ver series, para cocinar, para hacer todo lo que quiera hacer, incluso para hacer nada (eso me encanta!!!). Mi edad me permite hacer lo que quiera, platicar de todo o de nada, si eso prefiero y con las personas que quiero. Solo tengo un requisito, que la gente con la que comparta una plática sepa que la edad no es importante porque ambas partes queremos escuchar al otro y las perspectivas desde las diferencias en que nuestros sentidos han experimentado la vida y ello nos hace enriquecernos como personas.

Hoy mis conocidos son muchos, ya han sido muchos años de ir acumulando gente nueva que se va sumando a mi vida; pero amigos son tan pocos, todos con pláticas cautivadoras. Cada vez que puedo compartir momentos con ellos, los disfruto y ratifico que para que los seres semejantes o los que se complementan se encuentren, no hubo cuestionario que llenar en donde fue requisito pasar por un rango de edad. Solo bastó una plática que los identificara y adoptara como parte de mi Clan.

Cuida a tu Gizmo

Hace unos años, tendrá unos 22 años, cuando comencé a trabajar, recuerdo el momento mágico cuando me llegó mi primer depósito de nómina, me pregunté si lo comenzaba a ahorrar o comenzaba a darme mis “gustitos culposos”; pues bien, la decisión arrebatada y loca que cruzó por mi cabeza fue un televisor plano para que mi madre pudiera ver sus telenovelas, no existían las plataformas de hoy, así que había que concentrarse en las novelas del momento; pues bien la compré, recuerdo también que fue mi primer compra a meses sin intereses, endeudada por 18 eternos meses (sí, sin intereses, me fijé bien); fue un gran esfuerzo que lo valió todo, claro que traía trampa, era un ganar-ganar, yo vivía con ella, así que ese televisor yo también lo iba a disfrutar. Cierro los ojos y viene a mi mente cuando nos comimos, literalmente, Los Soprano y comprábamos nuestros MarronGlacé en el entonces Price Costco, porque esos dulces extraordinarios eran los preferidos de la progenitora de Tony Soprano (a quien yo amaba). Creo que vimos las seis temporadas en un mes, sí fue un exceso, pero sí algo puedo decir es que a mi madre la he disfrutado como a nadie; era nuestro proyecto de vida, nuestra vida era simple y tonta, ya teníamos una agenda ocupada para los sábados y domingos, nadie entraba en nuestros planes, éramos ella y yo. Recuerdo que los globos oculares me dolían y a veces también la cabeza, pero no podíamos dejar de verla, una adicción que reconozco.

Pues bien la televisión ya tenía a mi madre encandilada; yo sentía que había cumplido el cometido de mi buena intención; pero de pronto, llegué a casa con un nuevo regalo, lo encontré en una tiendita, “JUGANDOando”, en el segundo piso de una plaza en el sur de la Ciudad de México en donde hay muchas oficinas gubernamentales, ahí conocí a G, el dueño, él me mostró una cajita; hoy a la distancia me imagino en la escena cuando el padre de Billy en búsqueda del regalo especial para su hijo, encuentra en Chinatown un “Mogwai” que solo debía de cumplir tres reglas: (i) no exponerlo a la luz brillante porque moriría; (ii) nunca mojarlo y (iii) nunca alimentarlo después de la media noche (Gremlins). Sí, esa cajita que compré si bien no debía de guardar esos extremos cuidados, si había en palabras del vendedor, hoy mi amigo, una advertencia: ¡cuidado genera adicción!, obvio lo ignoré, pero si mi memoria no comienza a hacer estragos, al enseñarme a jugar quedé absorta, mi mente explotó tratando sin terminar el primer juego, de ir pensando en la solución del segundo y así, esto de ser un juego de niveles y retos, sin duda se asimilaba a la droga, me cautivó, me atrapó, otra adicción.

Un día mi madre me habló (siempre nos hablamos, solo que soy de naturaleza histriónica) y me dijo que esa cajita gris, era de todos los regalos, el mejor regalo que le había dado, la escuchaba, su voz estaba realmente emocionada; seguía diciendo con un tono alegre que se había levantado en la madrugada a resolver unos niveles y que era por demás adictivo; me reí tanto de mí, yo apenas iba  a pagar el cuarto mes de la televisión y tan solo un regalo de aproximadamente unos $200 pesos había logrado eclipsar mi iniciación al crédito bancario. Obvio me dediqué a comprar todas las versiones del juego para incrementar y mantener esa felicidad. Lonpos, así se llama este regalo curioso.

Desde hace años, muchos años, la entrega de este presente se volvió un hábito, una declaración de amor diría yo, a las personas que quiero, conozco y que mueven algo en mi vida, corro a entregarles un “Gizmo”, mi regalo “especial”; busco en la entrega de esa cajita de sorpresas encontrar la voz de emoción que escuché cuando hablé con mi mami; busco con este juego entregar un pedacito de mí; que siempre que mis seres queridos lo jueguen en su soledad o en compañía, sepan que alguien (yo) en alguna parte del mundo piensa que son seres de luz, inteligentes y especiales; con eso les doy las gracias por existir, porque yo los escogí, porque yo los aparté, porque yo les estoy pidiendo que formen parte de mi vida. El juego se volvió una declaración de amor, un acto de libertad; a menos que el sujeto de mi regalo decida irse de mi vida, yo estaré para lo que necesiten. Si es para jugar a sonreír mucho mejor, insisto, estaré ahí. Entonces y solo entonces habrán comprendido que no era un regalo sino un intercambio. A cambio del Lonpos debía cumplir la misión asignada. Ser felices.

Mamá Cuac Cuac

Hace unos años me sorprendí dándome cuenta que tenía mucha sensibilidad, sí mi piel es muy gruesa para muchos temas, la defensa es que soy abogada y entonces el disfraz que uno suele usar es el de “alguien” que puede con y contra todo en pro del cumplimiento de la Ley y Bla Bla Bla… las mismas cosas que siempre escuchamos de mi “especie”. Eso soy en mis momentos profesionales y entiendo que doy buena batalla en ello, desempeño a cabalidad el papel de la obra de teatro que me fue asignada. Pero en momentos fuera de ese entorno mi piel deja de ser gruesa y toma su verdadera identidad, no sé si sufra una transmutación, pero sí sé que soy otra, mi piel cambia de color. Los ojos preventivos con los que veo todo en el trabajo, se tornan tranquilos… descansan y entonces dejan de ver para poder observar. 

Esto lo he platicado pocas veces, pero nunca he dejado huella de este recuerdo, tengo vívida la imagen de esa estampa. Tenía un trabajo que me robaba el sueño, la tranquilidad y lo más seguro la salud, con horarios que excedían en promedio de las 15 horas. Era un martes, estaba nublado, salía del gimnasio y atravesaba Paseo de la Reforma para llegar a mi oficina, ni el ejercicio había podido tranquilizar los problemas que me aquejaban; la cabeza dolía, dolía mucho; el cuerpo pesaba, sabía que comenzaba a transcurrir el reloj que marcaba las horas del día interminable. Del gimnasio a la oficina transcurrían 5 minutos a paso rápido, en esa ocasión llevaba 10 minutos pidiéndole a mis piernas que quisieran llegar a la oficina; de pronto un alto, mucha gente a mi alrededor que iba a lo mismo que yo, trabajar, el rostro de todos desencajado lleno de hartazgo, yo no era la excepción, no había diferencia entre ellos y yo, todos éramos grises…

A lo lejos en esa misma acera comencé a escuchar a alguien cantar, abrí los ojos y seguí la voz, sí alguien cantaba mientras todos disfrazados de serios esperábamos el verde del semáforo… a lo lejos, menos lejos, más cerca, mucho más cerca… una mujer con su hija de aproximadamente 5 años, la niña feliz y sonriente repetía lo que su madre cantaba: “La Patita”, sí la misma Patita de canasto y con rebozo de bolita, sí la que va al mercado a comprar todas las cosas del mandado… sí la que se va meneando al caminar… Porque ella sabe que al retornar toditos ellos preguntarán: ¿Qué me trajiste, Mamá Cuac Cuac? ¿Qué me trajiste para cuac-cuac?

Nunca, nunca, nunca, cierta estoy de ello, podré olvidar ni a esa madre, ni a esa hija, ni a La Patita, ni la sonrisa, ni las lágrimas que salieron sin poder controlarlas, pensaba ¿en qué momento me alejé de mi infancia en donde mis padres fueron esa madre y yo fui esa hija con tres hermanos que con nuestros acetatos nos sentábamos en la Sala de la casa y cantábamos juntos: el Caminito de la escuela, el Chorrito, la Merienda, la Marcha de las letras, el Ropero, Negrito sandía, Che araña, Juan pestañas y la Muñeca fea?

Hoy con el recuerdo vívido sé que, si soy una persona sensible, el crédito no es mío, es debido a estas canciones, a esos padres ingeniosos y amorosos que tuve a mis hermanos que adoro, a la educación inculcada, a los valores, a esa infancia de ensueño, a esas aventuras… Los recuerdos han podido hacer de La Patita un puente de esos ayeres con el presente, que me hace revivir tal cual Anton Ego en Ratatouille esa fotografía en que toda mi familia cantábamos o más bien creo que balbuceábamos y nos movíamos torpemente como en una especie de baile; creábamos magia. La familia estaba completa. Sí que vivimos verdaderas fiestas familiares ¡Carajo, no lo sabíamos! Hoy, ya lo sé. *

*Solo imagina mi sonrisa al poner el punto final.

La apuesta de canicas…

Siempre me había burlado de quien hace diarios… lo sé, caí en mi propio chiste, yo soy mi mejor broma. Todo aquello que en algún momento de nuestra infancia era objeto de burlas hoy pudiera haberse transformado en necesario, ahora lo disfrazamos de madures. Al ser adultos nos damos “permisos” para ser lo que antes debíamos ser y no queríamos. Incluso lo que nos molestaba, como en mi caso tender la cama, se ha vuelto un ritual religioso que me hace comenzar el día con una predestinación de suerte.

Vamos tejiendo hábitos que nos van transformando y haciendo lo que somos, hábitos que nos han dictado lo que incluso creemos que somos, a veces no tan buenos, pero los solemos disfrazar con un “así soy y siempre he sido así”. ¿Hasta cuándo permitiremos que nuestros hábitos o costumbres conduzcan nuestra vida? ¿Cómo distinguiremos los hábitos que nos hacen ser mejores de aquellos que solo nos entablan en una vida cómoda?

El tema surge porque suelo ser una persona de “hábitos firmes”, es la traducción escuchada por muchas personas que se han cruzado en mi vida, inflexible dicen unos, testaruda, otros; circunstancia que me ha hecho perder a gente valiosa en el camino sin saber al día de hoy si un tropiezo de firmeza hubiera mejorado la vida tanto mía como la de los que me acompañaron en su momento. ¿Hasta qué grado uno puede cambiar para mejorar sin dejar de ser uno? ¿Quién nos dice cómo podemos ser mejores?

En una respuesta fría, despiadada y pragmática diría que hoy están las personas que debe estar, los que no, entiendo que llegaron pero el tiempo fue implacable y nos fueron arrebatados, el préstamo de su compañía fue en una línea de vida corta.

Los cambios que en cada persona se hagan para mejorar, si bien se hacen por cada uno, son precedidos por una convicción que si bien se logra con la motivación de las personas que caminan de nuestra mano en esa línea de tiempo, ellas son las que nos impulsan a ser mejores; fuera de eso, no hay ciencia ni lamentaciones. Se tiene en el presente el mejor tejido de vida construido por el pasado, concatenado por el futuro que se quiere construir, con el único fin de darnos a nosotros mismos y a los que apostaron todas sus canicas porque creyeron firmemente que caminar a nuestro lado lo valía todo.

Atrapada en elevador

Tercer día y hoy el cerebro está agotado, se me han acabado las ideas, ya no buenas ni malas, todas se fueron. Para intentar concentrarme pienso en qué haría si de repente me quedara atrapada en un elevador con alguien y viéndonos a los ojos tuviéramos claro que somos ajenos a la desesperación y la claustrofobia; sabiendo que nos van a rescatar en algunas horas y que no se nos acabará el aire, me imagino que estaríamos “forzados” a hablar de “algo”, de seguro tendríamos algo en común que nos guste o algo en común en dónde las pasiones por el tema se vayan a polos opuestos y pueda generar que fluya una conversación, al menos con esa bandera de una incómoda situación, una plática podría apaciguar nuestros nervios. Es fácil, con el entrecomillado puntualizado, que fluya una plática incluso con un desconocido, porque a veces se trata de acallar ese silencio que nos aqueja.

¿De qué platicaría con un desconocido? ¡De pronto tengo una idea!, mi acompañante atrapado aun no dice nada ¿será que el silencio podrá triunfar? Pienso de pronto en películas, sí ese tema puede ser sencillo, y viene a mi mente de una forma arrebatada y loca The Lobster (Yorgos Lanthimos) y entonces en este ejercicio de escritura, las palabras comienzan a prepararse para salir. Los dedos se preparan para poder dar una postura de crítica de cine que no soy y fluyo… Le digo a mi acompañante imaginario desesperado que la película es magistral, le diría que cuando salga del elevador está obligado a verla. Aunque es cine catalogado como “no para todos” solo, le diré con un tono de mucha emoción y con los ojos que brillan solo de recordarla, que es una obra en dos partes, ambas basadas en la libertad y voluntad coaccionada; la primera parte para encontrar el amor de tu vida, mientras que la segunda, para evitarlo.

¿No les pasa pensar que el “timing”, incluso para encontrar a una persona es de segundos y solo precedida de demasiados pasos y obstáculos a vencer que muchos llaman destino, otros lo expresan orgullosamente como suerte y hay quien llega a llamarlo el hilo rojo? Ahora imaginen que ese tiempo preciso no está en tus manos sino ordenado por alguien en el primer caso; o prohibido por toda la comunidad, en el segundo.

Considero que bajo esta condición de obligación/prohibición, sería muy fácil que en este mundo nos priváramos de conocer a esa persona en la que se piensa en el día y en la noche. La espontaneidad por ser impresionado por el amor nunca se silencia. Hay quien suele decir que la única constancia es el cambio y parte del cambio es sucumbir ante la infinidad de sorpresas de sabor que la caja de chocolates de Forest Gumpnos ofrece. Habrá que estar preparados para, no sé si probarlos todos, pero al menos tener los ojos bien abiertos para poder decidir por cuenta propia nuestro sabor de chocolate preferido.

Carta a F

Hace unos meses (*te) leí en voz alta uno de de mis ya libros consentidos. Lo tenía que hacer era un regalo para ti… (o para mí?). La hipótesis está alejada a complicaciones, pero difícil de imaginar e imposible de creer, nuestro protagonista ha hecho su vida en un trasatlántico, el Virginian, sin embargo conoce el mundo a través de los “otros”, cargado de sencillez y empatía, a pesar de ser ajeno al mundo que conocemos en una sociedad aparentemente convencional.

La pluma de Baricco es suprema cuando en dos escasas hojas puede transmitirte con una pericia y con inocencia lo que solo esos mágicos ojos pueden observar, hay momentos en que nos cautiva al explicar el concepto de amistad y el amor y el momento en que nos convence del por qué nunca debería(mos) bajar del barco.

Novecento te lleva de la mano a reflexionar el que hoy estás con quien debes estar, que hasta hoy has conocido a quien debes conocer, que todos somos distintos y que todos debemos seguir siendo auténticos a nuestras creencias, sueños y objetivos trazados y para ello, escogemos a las personas que queremos y necesitamos para que nos acompañen en ese viaje tan corto en el que transitamos, “la vida”, nuestra vida, que por el hecho de ser nuestra, es ya maravillosa.

Hay frases que desgarran, hay alguien que haya sido tan asertivo en su escritura?

“No estás jodido verdaderamente mientras tengas una buena historia a cuestas y alguien a quien contársela…Él era su buena historia”

“En eso era un genio. Nada que objetar. Sabía escuchar. Y sabía leer. No los libros, eso lo sabe hacer cualquier, sabía leer a la gente…”

“Iba tirando a base de fantasías y de recuerdos, y es lo único que puedes hacer, a veces, para salvarte, no hay nada más. Un truco de pobres, pero que siempre funciona.”

Gracias F por abrirle la puerta a este libro y vivir la aventura de la lectura compartida en voz alta… leer para alguien sin duda es la experiencia de poder compartir tus pasiones y poder tramposamente mientras lees, ver de reojo el rostro de esa persona (tu rostro). Sin duda una estampa que el tiempo jamás borrará. Un recuerdo que vivirá siempre en mi corazón.