El olvido que nunca serás…

Irremediablemente me llevaste a recordarlo.* Ajena estaba a este día de celebración y entonces te vi. Apareciste como una recomendación de Netflix. Decía que había ganado muchos premios.** Los primeros minutos me dejaron pegada a ti. Pensaba que la vida familiar que yo conozco, parecía ahora de película, de esta película. Algo que podría verse como ficción, es a mis ojos una estampa de mi niñez.

Tanto buscar qué ver para distraerme de este día y aparece esa película que sin lograr el cometido me llena más de ti y de los míos. El cambio en la película de blanco a negro a colores es un sinsentido que cobra sentido al vivir la película. La diferencia de lo que conocemos supondría que el blanco y negro es el pasado. Aquí nada es convencional. Los colores significan los recuerdos. Así de llamativos los representan. Cuando llega el presente, que se conecta con el principio y a las tres cuartas partes de la película, se torna en blanco y negro. Alegoría, posiblemente que los colores, hoy sombríos, han cambiado por las vivencias. La vida ha golpeado. Golpeado muy fuerte.

La historia no es vendible. Su tema es común y aburrido. Un padre, una madre, muchas hijas, un hijo. Una vida acomodada. Mucha cultura, educación, amor, valores, religión. Nos llevan a un convivio desde una comida y sus pláticas, tertulias, canciones, lectura de cuentos de niños. Y ahí estaba yo. Disfrutando de esas reuniones. Haciendo mías las travesuras, las risas, las serenatas, las enseñanzas. Las actuaciones, la historia. El guión. La dirección. Me vi saboreando un helado de zapote con un Arzobispo. Escuchando de la enseñanza del grandioso pueblo judio. Aprendiendo lo que le decía a sus hijos, sobre todo al varón, escuchar lo que en un discurso los alumnos decían de él. Conocerse a través del otro. La enseñanza de aprender a cuestionarse todo. Tener criterio.

Hay una escena en donde el niño se despide de su padre y le dice que es “Héctor tercero”, se disculpa por decir “tercero” cuando debería decir “segundo”, aclara que su padre vale por dos, por eso él debe llamarse “tercero”. En pláticas con la monja que cuida a los hermanos pequeños. El niño afirma no querer rezar porque se quiere ir al infierno, previo a que la monja le había dicho enojada que su padre no iba a ir al cielo por no acudir a misa los domingos. El niño está resuelto a acompañar a su padre a dónde la monja crea que vaya ir. Cielo o infierno no importa. No importa si es junto a su padre.

Es una película de amor. Amor de un padre a su familia. A su esposa. A sus hijos. A ese pequeño único varón que rompía todo en él, el menor. A sus creencias. A su sobretodo los suyos. A su “trabajo en esto” porque creo en que siempre se puede construir algo mejor. A su amor desmedido por el otro. A sus ganas de dilapidar su conocimiento y tiempo, por el bien del menos favorecido.

Más de dos horas. Termino de verla sin poder abrir bien los ojos. Los ojos me han quedado de panda. Hinchados. No ven bien. A diez minutos de su término quise ponerle pausa y negarme a seguir viéndola. La historia fue y no puedo cambiarla con un control remoto. Aunque me encantaría, seguí viéndola. Fui por un pan para que las penas fueran menores. No lo conseguí, al menos comía mientras las lágrimas seguían saliendo y remojando en llanto mi pan, no tenía conocimiento que uno podía llorar tanto. Otro descubrimiento para mí.

Los detalles de la película como imagino del libro** al que hoy me veo obligada a comprar, que ya lo he hecho hace unos minutos y sin dudarlo a leer, fue escrito por su hijo. Ese niño del que se enamora uno. Los ojos puestos en su padre. La película está dirigida a eso. A los ojos. A los ojos de esa madre hacia su esposo. A los ojos de los hijos hacia ese padre. A los ojos de ese hijo que sigue a su padre toda su vida. Que lo lleva en la piel. Que quiere aprender de él. Que acepta sus regaños y los convierte en consejos. No deja de amarlo y admirarlo, pese a que la edad de los hijos muchas veces nos separa en pensamiento y comprensión de la edad de los padres. La curva de la falta de paciencia se separa mientras el joven crece y el padre envejece. Aquí se advierte, esa familia no es ajena a la realidad. No hay ficción a pesar del premio ganado. Hay en estas relaciones elementos constantes: entendimiento, empatía, respeto. Los valores que en su momento se inculcaron como hilos invisibles sin saber para lo que iban a ser necesarios, comienzan a ser visibles. Se ven, se utilizan, se distinguen de los demás.

Mi padre creía en la educación, en los valores, en la unión familiar. Esa fue su apuesta de vida. Su esposa, su elección. Sus hijos, su responsabilidad. Su familia, su pasión. Todo quedaba enmarcado en un estar juntos. Enmarcado en fotografías de viajes, muchos viajes; parte de la educación, decía. De fiestas, de diplomas, de recuerdos, de comidas, de pláticas, de regaños, de risas, de muchas comidas que significaban pláticas, de mucha gente que nos seguía, que seguía a mi padre, que lo admiraba. Me vi en esa película con mi familia. Me vi contigo en este día. Sin dudar, el olvido que seremos mientras tu familia te viva. Mientras yo te viva, jamás lo será. Ni tú, ni mi madre, ni mis hermanos, serán olvido.

Se despide tu “hija K… cuarta”, la menor de cuatro. Porque, sin duda lo supiste, lo sabes, si no con gusto te lo recuerdo; vales, en pasado, en presente y en futuro; por tres padres. Feliz día del Padre!!!!

*Película. El olvido que seremos/2020.

**Premio Goya a la Mejor Película Iberoamericana. Premio Platino a la Mejor Película de Ficción. Premio Platino a la Mejor Interpretación Masculina. Premio Platino a la Mejor Dirección de Arte. Premio Platino a la Mejor Dirección. Premio Platino al Mejor Guión.

***El olvido que seremos/Héctor Abad Faciolince/Alfaguara/2006

Probando… uno.. dos… tres… ¿me escuchas?

Apenas en una comida con gente de mi trabajo, nos presentábamos con “x” recién ingresado al equipo, alguien querido “y” que me merece absoluto respeto, comentó mi profesión y el área al cual pertenecía, pero adicionó a su presentación, antes que cualquier profesión, ella es maratonista y escritora. Se hizo el silencio. Les confieso que suelo advertir cuando alguien se ríe de uno, yo soy la primera que suelo reírme de mí. Y suelo con “y” reírnos mucho de nosotras. Reírnos de la una a la otra. Olfateo a kilómetros el sarcasmo, la ironía, el humor negro. Amo el sarcasmo, amo la ironía, amo el humor negro. Me confieso una perseguidora de esas pláticas. Las palabras de “y” no fueron seguidas de una risa, busqué una sonrisa torcida que me hiciera devolvérsela. No la encontraba. No hubo nada que diera un atisbo de burla inocente que invitara a los demás comensales a la broma. Lo dijo en serio, pensé. No tuve palabras para seguir en primera voz con mi presentación. Solo le sonreía a mi presentadora de una forma un tanto curiosa, no sabía si las comisuras de los labios fueron de sonrisa o de sentimiento. 

Hoy cumplo dos meses de escribir, ininterrumpidamente, de hacer de mi escritura un hábito. He cambiado la visión que algunas personas puedan tener de mí, se siente. Se siente mucho. Se aprecia. Da sentimiento. Las personas advierten lo que ven. Ni yo lo veo. Me he volcado a ser una persona más humana. Qué contradicción. La abogacía nos aleja de ser vistos como “sensibles”. Uno tarda en ver. Uno tarda en verse. No nos gusta reconocer triunfos. Mi triunfo, si pude tener uno, fue cambiar el verbo de “quiero ser” por la simpleza de “hacerlo”. Me costó muchos años. La intención versus la acción. La potencia y el acto. El desear hacerlo y poner pretextos al momento cumbre de escribir. Escribir, un pasatiempo que me debía. Que le debía a mi madre, aunque no sé si me lea. Que le debía a mi padre que no sé si me vea. Que me debía a mí. Este ingrediente me faltaba para ser.  Para ser yo. Para ser lo que no sabía que me gustaba hacer. El escribir per se ya es un trabajo no menor, hoy ataviada de valentía, me sumo a la honestidad de publicarlo. Indefensa a la crítica. No pretendo que me lean. Escribo por escribir. Mi objetivo es trazar una línea de tiempo con mi yo anterior y mi yo que se está transformando.

Me falta vocabulario, salir de las zonas comunes, desarrollar temas, mucha imaginación, a (¿)veces(?) cordura, orden en las ideas, estudiar, cultura, tiempo, sueño, viajar; por otro lado, me sobra pasión. Mucha pasión. Mis dedos se siguen, aunque lo que escribo no todo sea publicable, la escritura no ha fallado un solo día. Hay días buenos, otros malos, muy malos para hilar ideas. Me sorprendo en pláticas, en juntas, en lugares, observando gente mientras tomo un café, situaciones; encuentro en ellos, la frase, el momento, las personas, los temas; todo, todo quiero escribirlo, quiero dejar huella de lo que percibo. 

Me gusta sentirme leída, con esos lectores sin rostro. No intento que tengan rostro. No pretendo atesorar lectores, pero si me lees te agradezco. La fascinación de no conocer los rostros, es timorata e intrusiva, me gusta. Pienso, ¿qué pensarán de esto? Me releo, sonrío. No quiero saberlo, me digo. Esto soy después de dos meses. Esta soy, me gusto. Hace mucho no me gustaba tanto. Dedos en un teclado, manos con pluma, frases navegando, historias sin contar, palabras formadas para ver la luz, memorias que no recordaba, posiblemente porque las invento. ¿Qué de lo que escribo es real?… Ni yo lo sé. Vida paralela. Invento un mundo, el que yo quiero. Escribir representa esas pláticas que no tendré con nadie. Escribo para ti, para mí. Un homenaje a las pláticas que me perdí, que no aproveché, pero cierta estoy, serían así. Posiblemente con una cerveza o con un café. De seguro me escucharías, lo tuyo era escuchar; después esperaría ansiosa esa voz con un análisis y consejo que me daría la claridad que necesito; lo tuyo era resolver. Lo mío era simple, ser tu hija; lo tuyo, una gran responsabilidad, ser mi padre. Lo mío fue observarte. Lo tuyo, educarme. Lo mío amarte. Lo tuyo amarme. Lo mío escribir(te). Lo mío imaginar que me lees. Lo mío escuchar aun tu voz. Lo mío crear en mi mente tu opinión. Lo nuestro tener este código de comunicación. No necesito wifi contigo. Nuestra conversación desde el más acá, hasta el más allá, es simple, sin tecnologías, sin redes sociales. No requerimos wifi para conectarnos. Solo escribo y estoy contigo. Solo escribo y de pronto ya estás conmigo.

springende Augen

100 Tage, damit meine Beine 42.195 km tanzen. Mein Wunschwalzer. Wofür ich normalerweise buchstäblich bis zur Erschöpfung probe und probe. Ich habe viel geübt. Die Choreographie ist beeindruckend. Ich trainiere den perfekten Tanz. Ich stehe immer früh auf, um Spaß zu haben. Für manche Menschen sehr schwer zu verstehen. Ich habe noch einen langen Weg vor mir, um dorthin zu gelangen, wo ich hingegangen bin. Ich sehe, wie ich eines Morgens im September aufwache, es eilig habe, zum Flughafen zu kommen, und mein Bauch schmerzt vor Aufregung. Der Pass, die Tickets, der Koffer, die Tennisschuhe, mein Sportoutfit … Ernst, sehr ernst. Das Lächeln verstecken, nicht absichtlich, meine Kabale, damit alles gut geht. Ich fange gerne an, die Intensität dieser sportlichen Abenteuer zu riechen. Ich atme und beruhige mich. Ich atme und sehe mich. Ich sehe mich an und lächle. Sehen Sie mich an diesem Tag. Der Tag des. Am Ausgang, vielleicht mit meinem inneren Monolog, der mir sagt, dass alles gut wird, dass es Zeit für Spaß ist. Ich sehe mich am Ziel angekommen. Da sehe ich mich am meisten. Ich spüre die Emotion, wenn ich die Ziellinie überquere … die letzten Kilometer einatme. Schnuppern Sie die letzten Meter. Spüre mein Herz in vollen Zügen. Nicht unterscheiden, ob es Müdigkeit oder Emotion ist. Fühle es einfach. Feuer in der Seele und in den müden Beinen spüren.

 

Ich sehe mich in einem bisher unbekannten Berlin genießen. Obwohl ich so viel darüber nachgedacht habe, ist es zu einem Ort geworden, an dem ich oft spazieren gehe. Es ist zu meiner Ruhestätte geworden. Mein Lieblingsplatz. Obwohl das Abenteuer vor einigen Jahren begann, verwüstete die Pandemie nicht nur Leben, sie verschob auch Träume oder machte sie sogar unmöglich. Dieser Traum schlief zwei Jahre lang. Ich dachte nicht, dass ich aufwachen könnte. Ich erinnere mich und es tut immer noch weh, die erste Absage, alle nach Hause, wir mussten uns selbst versorgen; die zweite, der Mangel an Impfstoffen. Das Ergebnis gleich. In der Vergangenheit kein Marathon vor der Tür. Er trainierte für einen Marathon, der nicht kommen würde. In der Gegenwart Marathon vor der Tür. Am Bradenburger Tor. Die Traumtür, nach ein paar Tagen.

 

 

Heute schon in der Stimmung zu warten, es zu leben, es zu berühren. Alles ist auf dem Weg. Ich gehe zu Ich kümmere mich um alle meine Sinne. Was ich höre, sehe und spreche. Ich kümmere mich um alles, was ich fühle. Es ist eine Voraussetzung für diese Vorbereitung. Kreise schließen. Öffnen Sie eine andere erforderlich. Vakuumenergie. Nur positive Energie. Positive Energie durch die Nase einatmen, negative Energie durch den Mund ausatmen. Kein Problem. Sie sind nicht erlaubt. Wenn dich etwas nicht glücklich macht, ist es an der Zeit, dich davon zu befreien. Lass es fallen Grenzen setzen. Manchmal ist es gar nicht so einfach zu merken, wenn etwas mit seinem Leben nicht stimmt. Viel Hektik im Leben. Training ist eine Zeit, um es zu erkennen. Dopamin und Serotonin maximal. Mit dem Wunsch, Dinge zu tun und mit dem Willen zu leben. Befreien Sie sich von Lastern, giftigen Menschen, unangenehmen Momenten, lästigen Antworten, wachsamen Augen, unangemessenen Gerüchten. Von Menschen, die dich an dir zweifeln lassen.

 

Die Beine haben gekämpft, die Ernährung ist geregelt, der Schlaf ist zeitlich und qualitativ anspruchsvoller. Die Trainingseinheiten waren wilde Herausforderungen, wenn man bedenkt, dass das Leben eines Athleten eine weitere Rolle ist, die täglich gespielt wird. Wenn ich ans Laufen denke, strahlen meine Augen, vor ein paar Monaten sagten sie mir: „Ich wünschte, deine Augen würden für ‚was auch immer‘ strahlen, genauso wie sie fürs Laufen strahlen.“ Ich wusste nicht, dass ich beim Laufen dieses Licht ausstrahlte, dieses Feuer, diese Augen. Und ja, ich denke an diesen Tag (am hundertsten Tag), meine Augen verwandeln sich, die Linien werden stilisiert, ich verliere anatomische Details, sie mutieren zu runden Formen, mit langen oberen und unteren Wimpern, mit Tiefe, mit Reflexen; ja meine augen leuchten. Wenn sie leuchten, verwandeln sie sich. Ich schaue in den Spiegel und habe Angst, ja, sie hatten Recht, es ist offensichtlich, meine Augen sind im avantgardistischen Anime-Kunststil. All das redet nur übers Laufen. Stellen Sie sich vor, wenn ich renne !!!

 

Ojos “animosos”…

A cien días para que mis piernas bailen durante 42,195 km. Mi vals deseado. Por el que suelo ensayar y ensayar, literal, hasta el cansancio. He practicado mucho. La coreografía es imponente. Entreno el baile perfecto. Sigo madrugando para divertirme. Muy difícil de entender para algunas personas. Me falta mucho para llegar a dónde me he propuesto. Me veo una mañana de septiembre despertando, con la prisa por llegar al aeropuerto, el estómago con dolor de emoción. El pasaporte, los tickets, la maleta, los tenis, mi outfitdeportivo… Seria, muy seria. Ocultando la sonrisa, no apropósito, mi cábala para que todo salga bien. Me gusta comenzar a oler la intensidad de esas aventuras deportivas. Respiro y me tranquilizo. Respiro y me veo. Me veo y sonrío. Me veo ese día. El día de. En la salida, posiblemente con mi monólogo interno, diciéndome que todo va a estar bien, que es momento de la diversión. Me veo llegando a la meta. Ahí es donde más me veo. Siento la emoción de cruzar la meta… aspirar los últimos kilómetros. Olfatear los últimos metros. Sentir mi corazón al máximo. No distinguir si es de cansancio o emoción. Solo sentirlo. Sentir fuego en el alma y en las piernas cansadas.

 

Me veo disfrutando un Berlín, hasta hoy desconocido. Aunque de tanto pensarme en él, se ha vuelto un lugar donde recurremente acudo a caminar. Se ha vuelto mi lugar de descanso. Mi lugar preferido. Si bien la aventura comenzó desde hace ya unos años, la pandemia arrasó con, no solo vidas, también pospuso o hasta imposibilitó sueños. Este sueño durmió dos años. No pensé que pudiera despertar. Recuerdo y aun duele, la primera cancelación, todos a sus casas, debíamos cuidarnos; la segunda, la carencia de las vacunas. El resultado el mismo. En el pasado no maratón en puerta. Se entrenaba para un maratón que no iba a llegar. En el presente, maratón en puerta. En la puerta de Bradenburgo. La puerta soñada, a la vuelta de unos días.

 

Hoy, ya en mood de esperar, de vivirlo, tocarlo. Todo se encamina para. Yo me encamino a. Cuido todos mis sentidos. Lo que escucho, veo y hablo. Cuido sobre todo lo que siento. Es un requisito para esta preparación. Cerrar círculos. Abrir otro necesarios. Aspirar energía. Solo energía positiva. Respirar por la nariz energía positiva, expirar por la boca energía negativa. No problemas.  No se admiten. Si algo no te hace feliz, es momento de liberarte de ello. Soltarlo. Poner límites. A veces no se advierte tan fácil cuando algo no está bien con tu vida. Mucho ajetreo en la vida. El entrenamiento es un momento para detectarlo. La dopamina y serotonina al máximo. Con deseos de hacer las cosas y con ánimo de vivir. Desprenderte de vicios, de personas tóxicas, de momentos incómodos, de respuestas molestas, de ojos vigilantes, de rumores inadecuados. De personas que te hagan dudar de uno mismo. 

 

Las piernas han dado batalla, la alimentación se ha cuidado, el sueño es, en tiempo y calidad, más ambicioso. Los entrenamientos han sido retos salvajes, tomando en cuenta que la vida de deportista es un rol más que se desempeña al día. Cuando pienso en correr me brillan los ojos, hace unos meses me comentaron: “ojalá te brillaran los ojos por ´whatever´, tal como te brillan por correr”. No sabía que al correr irradiara esa luz, ese fuego, esos ojos. Y sí, pienso en ese día (en el día cien), mis ojos se transforman, se estilizan las líneas, pierdo detalles anatómicos, se mutan en formas redondas, con pestañas superiores e inferiores largas, con profundidad, con reflejos; sí mis ojos brillan. Al brillar, se transforman. Me veo al espejo y me espanto, sí, tenían razón, es evidente, mis ojos son estilo artístico vanguardista de ánime. Todo esto solo al hablar de correr. ¡!!Imaginen cuando corro!!!

Función de las 9. Película sin género.

Vi a una persona que hace tiempo no veía… nos dio tiempo para intercambiar palabras… no es un amigo pero sí una persona con la que disfruto pláticas de películas y series. Me encanta platicar porque sin conocernos, la plática de un tema que nos apasiona tanto, como es el cine, nos hace que esa recomendación se vuelva exigencia… para mí, sus recomendaciones se tornan exigencias bíblicas, las tomo como tal. De mi lista por ver, sus recomendaciones suelen tomar ventaja y se pasan en los primeros lugares, desplazan mi orden, sin pensarlo.

Terminamos de comer y quise antes de retirarme de la mesa, decirle una frase que sabía que lo iba a dejar inquieto todo el día… dije: el fin de semana vi una película “Everything… everywhere… all at once”, que cambió mi forma de ver el cine.

Se hizo el silencio (shhhh…).

De qué trata, preguntó con indiferencia mal actuada. Le dije que de nada en particular, un poco de todo, de todos, de todas las dimensiones, de actuaciones de primera, de un guión ridículo pero cierto, de detalles impensables, de acción, suspenso, drama, de problemas reales, de temas que no sabías que podían ser problemas, de la familia, de los padres, de los hijos, del amor, de la monotonía, de tradiciones, de dudas, de maldad, de encontrar al indicado, de valor, de creer, de homenajes a otras pelis, de buen gusto, de vulgaridad, de colores, de lucha, de soluciones a imposibles, de un cambio de época, de abrir la mente, de cerrarla en algunos momentos, de no sentir el tiempo, de frases, de la vida, de la muerte, de la esperanza, de creer, de enfrentar, de intentarlo, de hablar, de sentir.

De esto trata, ni menos y posiblemente mucho más; más de lo que mis palabras pueden explicar. Carezco de la pericia para poder explicarla. Sigo pensando en ella. Le seguí diciendo.

No quiero ser una loca apasionada, pero esta película no me deja ser ajena a gritar que ha cambiado la forma de hacer cine. De ver el cine. De comerse las películas. Sin duda, es la mejor forma de decirte que la veas. Es una obligación, insistí. Cine de culto será. No tengo la menor duda, le dije sin pensar.

Vi cómo en ese momento mi conocido compraba sus boletos para ir a la función de las 21 horas. No aguantó la curiosidad. Lo vi emocionado. Me dijo, mañana sin duda debemos platicarla. Cuento de manera no ansiosa las horas para esa cinefila cita de opiniones de no expertos enamorados del cine. Sí… solo faltan 1080 segundos para la hora marcada, me digo (sin ansia alguna, me repito). La plática prometida. La crítica soñada. La película perfecta.

Relatividad del error

He cometido muchos errores, no sé cuántos. Muchos. Muchísimos. Muchos años cometiéndolos. De forma aleatoria regreso el tiempo y trato de hacer cosas distintas para que el resultado sea un acierto y no un error. Llego al mismo punto. Los sigo cometiendo. Me doy oportunidades para ser más certera. No lo logro. En su momento esos errores no lo eran. Al menos no fueron errores dolosos. Eran errores disfrazados de aciertos. Separo todos los factores de la ecuación y llego al mismo resultado. Vuelven a salir. Errores y errores. Saco, bajo la chistera de maga que no soy, no un conejo asustado, un error con cintas de colores, que al menos apacigua mi mala decisión.

Pero de esos errores estoy formada: tengo primaria en erratas; secundaria en desatino; preparatoria en equívoco; licenciatura en desacierto; maestría en yerro; doctorado en confusión. De este estudio de la vida me he formado con pericia. Resultando ser quien soy. Ni más ni menos. La persona que se equivoca con la intención de no seguirlo haciendo. Pero los errores me acompañan. No me sueltan. No los suelto. Son mejores que un libro. Que una clase. Es la vida. Es la responsabilidad de asumir las consecuencias. Es mi formación. Prueba-error como método heurístico para obtener conocimiento. Para mí, no un método, un estilo de vida.

Me da miedo la gente que no se equivoca porque no puedo verme en sus ojos, de seguro ellos no pueden encontrar nada de ellos en los míos. Dudo de esas personas porque no son mis iguales. Me gusta aprender de los errores de los demás. Los asumo como propios y avanzo en las casillas del tablero. Del juego de la vida. Me gusta perder porque gano, el aprendizaje es sin duda imborrable. Me gusta jugar a ganar, aunque pierda a través de las malas decisiones. Ya vendrán oportunidades de hacer las cosas mejor. Ya vendrán temas nuevos que me impedirán saber que lo que hago está del lado equivocado. Ya vendrá la oportunidad de que ese conocimiento lo pueda aplicar y entonces no yerre el camino de la verdad. Aunque las verdades son muchas. Aunque los errores no siempre lo son, aunque parezcan que son. Los errores y los aciertos, a veces son tan relativos. Muchos errores que advertí de pequeña, hoy ya no lo son. Muchos aciertos que hice ayer, hoy ya no lo son. Aciertos que en su momento pueden ser errores. Errores que pueden convertirse en aciertos o siempre ser errores. Son mis grandes maestros de vida. Sin duda, lo son. Nunca los dejo separse de mí. Nunca dejo de aprender de ellos. Soy una piel que envuelve decisiones buenas y malas. A veces más malas que buenas. Pero nunca en la inacción. Siempre con ganas de aprender. Siempre apostando a la relatividad del error.

Olor en el dolor…

A qué huele el dolor, me preguntaba ayer, primero pensé que la respuesta sería a todo lo que no nos gusta, a esa comida que te obligaban a comer de pequeño, so pretexto a que debíamos aprender a comer de todo. A esos exámenes sorpresa que te hacían y que no te iba bien. A cambiarte de escuela y dejar a tus mejores amigos. A los recuerdos malos que hemos asiduamente acumulado en las espaldas. A las despedidas que se han tenido en la vida. A la muerte de tu ser querido, viene a mi mente la muerte que más me ha eclipsado, inmediatamente mi padre. Busco el olor que me produjo su partida. No encuentro en mi mente olores. No recuerdo haber tenido alguno. No hubo. No hay. No recuerdo desde cuando comencé a dejar de oler: cuando enfermó, cuando partió, cuando tuve que aprender a vivir sin él. El olor fue apareciendo poco a poco. Sin darme cuenta regresó, posiblemente el dolor iba cediendo, volví a ser sabuesa. Con olfato inquieto y suspicaz.

El dolor no huele, lo sé, eso desespera al más paciente. Impotencia. Como vendarte los ojos sabiendo que hay muchas cosas por ver. A pesar de ello vendarte. Así el dolor, no te permite oler, a mi no me permite oler. El dolor tiene además, ausencia de color.

Muchos dirán sí huelo en el duelo. Lo que les diría es que muchos olemos, pero no el dolor, sino la nostalgia. La nostalgia es un olor hermoso; se vuelven a vivir “esos momentos”, los momentos cuando no había dolor, posiblemente no te imaginabas que llegaría. El dolor llega sin avisar. De imprevisto. El olor que se advierte en la nostalgia es el que hueles cuando eres feliz. Todos los olores combinados en alegría. Felicidad absoluta vertido en el perfume que más te gusta. Pero cuando ya no los hay, hueles ese recuerdo. Al principio es una salida fácil como droga; por un lado, tu mente del pasado te dice lo que fue y te engaña para que te confundas que ese que alguna vez fue tu presente, hoy tu pasado, se pueda posesionar del momento que hoy es doloroso; por otro lado, la del presente, la dolorosa, la que arde, la que te dice que lo que hoy tienes ya no es lo que tuviste. El dolor que te avisa que lo que hoy tienes ya no es suficiente. Esa ausencia que duele es la que no tiene olor.

El dolor duele porque sabiendo que viviste la felicidad, hoy ya no se tiene. O al menos ya no la ves. La llegarás a ver de nuevo pero pasarán muchas enseñanzas por aprender. Hay también que encontrarla. Sincronía de los sentidos que se encuentran en alerta. Confundidos. Hay que volver a armonizarlos. Tiempo debe de pasar. Pero llegará.

La anosmia es señal que hay vacío. Dolor. Tanto el tiempo como los olores se congelan. Entiendo ahora que por eso en los funerales se dan flores. Tratas de despertar en el doliente su capacidad de volver oler con flores que se entregan como símbolo de solemnidad, de un “estamos contigo”; las flores sustituyen el olor ausente con la felicidad que causa a la vista recibir flores.

El dolor no huele solo duele y duele mucho. Apachurra el corazón. Regresar a la nostalgia es alentador huele a todos los olores que has amado en tu vida y que te marcaron. Eres un producto de esos olores. Regresar de la nostalgia y enfrentarse al dolor es un golpe bajo de la vida. Pero es. Nadie nos libramos de eso.

El dolor, si tuviera que oler a algo, posiblemente sería a crisantemos, a lirios, a rosas, a claveles, a alcatraces y lycoris. La vista lo agradece y se conmueve. El olfato, debe de intentar olerlas. Disfrutarlas. El olfato, debe esforzarse en olerlas.

Clase de gramática: conjugar

Te leo, te huelo, te veo, te oigo, te sigo, te digo, te tengo, te creo, te leo, te llamo, te cuento, te entiendo, te apoyo, te hablo, te divierto, te ayudo, te lleno, te cuido, te lloro, te extraño.

Me extrañas, me lloras, me cuidas, me llenas, me ayudas, me diviertes, me hablas, me apoyas, me entiendes, me cuentas, me llamas, me lees, me hueles, me ves, me oyes, me sigues, me dices, me tienes, me crees.

Me extrañas, te extraño, me lloras, te lloro, me cuidas, te cuido, me llenas, te lleno, me ayudas, te ayudo, me diviertes, te divierto, me hablas, te hablo, me apoyas, te apoyo, me entiendes, te entiendo, me cuentas, te cuento, me llamas, te llamo, me crees, te creo, me tienes, te tengo, me dices, te digo, me sigues, te sigo, me ves, te veo, me hueles, te huelo, me lees, te leo.

No importa si yo te, o tú me… hay sincronía en los verbos, si tú, entonces yo. Si yo, entonces tú. Saltamos con brincos agnósticos, preguntándonos todo. Sin cuestionarlo nada. Viviendo. Solo eso. Nos conjugamos en un te amo y me amas. verbo conjugado que denota: modo, tiempo y número de personas. Respectivamente, (i) en todas las modalidades y circunstancias, (ii) para siempre y (iii) entre tú y yo.

*Suena la chicharra…

**Termino la clase con honores…

***Me ponen, previo a la saliva, una estrellita dorada en la frente.

El esperanto de los niños…

E(fes)ta(far) co(fon) mi(fis) a(fa)mi(fi)go(fos) es(fe) ma(fa)ra(fa)vi(fi)llo(fo)so(fo). Ve(fer)lo(fos) co(fon) sa(fa)lu(fud) u(fun) co(fon)sue(fe)lo(fo). E(fes)cu(fu)cha(far)lo(fos) re(fe)í(fir) u(fun) sue(fe)ño(fo). Ho(foy) no(fos) pa(fa)só(fo) a(fal)go(fo), sie(fem)pre(fe) a(fal)go(fo) bo(fo)bo(fo) que(fe) co(fom)pa(far)ti(fir), to(fon)to(fo) y(fi) o(fo)cu(fu)rre(fen)te(fe). Pu(fu)e(fes) ho(foy) pa(fa)só(fo). No(fos) re(fe)í(fi)mo(fos) lo(fos) tre(fes).

No(fo) po(fo)dí(fi)a(fa)mo(fos) re(fe)í(fir) e(fen) e(fe)se(fe) mo(fo)me(fen)to(fo), po(for) me(fe)ra(fa) e(fe)du(fu)ca(fa)ci(fi)ó(fon) no(fo) e(fe)ra(fa) pe(fer)mi(fi)ti(fi)do(fo) re(fe)í(fir); vi(fi) co(fo)mo(fo) u(fu)no(fo) de(fe) e(fe)llo(fos) se(fe) po(fo)ní(fi)a(fa) de(fe) co(fo)lo(fo)re(fes) po(for) a(fa)gua(fan)ta(far)se(fe) la(fa) ri(fi)sa(fa); lo(fos) o(fo)tro(fos) do(fos) tra(fa)ta(fa)mo(fos) de(fe) po(fo)ne(fer) ca(fa)ra(fa) de(fe) se(fe)rio(fos), de(fe) pro(fon)to(fo) lo(fo) vi(fi)mo(fos), ya(fa) no(fo) pu(fu)di(fi)mo(fos) co(fon)te(fe)ne(fer)no(fos). No(fos) re(fe)í(fi)mo(fos) lo(fos) tre(fes) y(fi) ha(fas)ta(fa) la(fa) pe(fer)so(fo)na(fa) de(fe) la(fa) cua(fal) no(fos) cui(fi)dá(fa)ba(fa)mo(fos) que(fe) no(fo) no(fos) vie(fe)ra(fa) re(fe)í(fir).

A(fa)mo(fo) re(fe)í(fir), a(fa)mo(fo) ve(fer) a(fa) la(fa) ge(fen)te(fe) re(fe)í(fir), a(fa)mo(fo) a(fa) mi(fis) a(fa)mi(fi)go(fos). No(fo) ca(fam)bi(fi)o(fo) e(fe)so(fos) mo(fo)me(fen)to(fos) po(for) na(fa)da(fa). E(fes) co(fon) lo(fo) que(fe) me(fe) que(fe)da(fa)ré(fe) to(fo)da(fa) la(fa) vi(fi)da(fa). Co(fon) e(fe)so(fos) re(fe)cue(fer)do(fos). Esa(fas) ri(fi)sa(fas). E(fe)sa(fas) to(fon)te(fe)rí(fi)a(fas).

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Escudera nórdica…

“Salvar el fuego” de Guillermo Arriaga es mi actual compañero. Nuestro reencuentro. Un regalo inmerecido pero agradecido. Mucha ausencia nos precedía. Las sorpresas que nos regalan las palabras. Historias por contarnos. Todo através de un presente. Me regalas una historia bien contada, magistral. Mientras saboreo a cucharadas las páginas, me obsequias tus palabras, tus preguntas, tus emociones; sin dudarlo, las mías tratan de a galoparse a las tuyas. La mejor forma de platicar; el pretexto ideal, pienso, sin duda un libro. El libro atrapa. Hemos departido lo que leo; tú ya estás avanzado en la lectura; tratas de no adelantarme nada; ¿las cartas de los reos?, imperdibles sin lugar a dudas; dices que pensaste en mí cuando lo leías porque hay alguien de los protagonistas que escribe, lo descubro, me avergüenza, la escritura del personaje es impresionante, mucho por aprender, me digo; comentamos de lo escrito, de lo no, de lo que debió, de los personajes, de la historia, de las emociones; un tema curioso, platicamos de la estatura del protagonista, hasta hemos cruzado apuestas. El título me genera a estas alturas, con 166 de páginas leídas, el mismo desconcierto que al principio; puedo hoy, darle varios significados; en primera instancia, el literal, el que quema, el que atrapa, el que mata; por el otro lado, el poético, el que refiere al amor, el que ahoga, el que deseamos, la autodestrucción que con gusto tomamos y no pensamos; … ¿quién no desea morir asfixiado en esas llamas? 

¿Cómo se puede salvar el fuego? Pienso, la respuesta no puede dar lugar a soluciones perennes; el fuego, cualquiera, se apaga; la emoción que ciega, el fuego pasión que lo arrebata todo; todo estorba, nada es aparentemente imposible. Todo se consume en el momento, urge la inmediatez, no cabe el futuro, no valen las esperanzas, la promesa de lo que deberá ser es insuficiente. Hay prisa. Ese fuego pasión se acaba. El título intriga. Me intriga. Me atrapa. 

Salvar el fuego, me digo. Si de la lectura se advierte el cómo salvarlo, vale la pena leerlo, averiguarlo, ello no obstante que el libro se revele cautivador; si me aseguran que no se es posible salvarlo, con eso podría hacerme sentir liberada, se ha apagado porque no se puede mantener prendido; la realidad es que la llama cede a su grandeza, a su hermosura. La realidad si bien maneja un fuego que invita a pecar, este es distinto, el fuego que como luz de bengala te divierte, pero no alumbra y a pesar de ello quema; el fuego que quema y te ciega, ese es peligroso; el fuego que te alumbra, pero su llama es moderada, cual cirio pascual, ese fuego te cuida; muchos suelen rezar con esa luz, es tranquilidad; calor que no quema, ni fuego que ciega; luz que dirige a las almas, esas que están hambrientas por creer.

Con un truco de alquimia del viejo Melquiades en Cien años de Soledad, quisiera aprender a salvar el fuego. Aprender y salvarlo contigo. Mi objetivo con esta lectura, es claro. La utilidad de tu regalo es evidente. Mi receta de cocina de paladar exigente, es la que permita mantener en el tiempo que nos resta, la llama. No quiero salvarlo como evidencia de pérdida. Quiero conservarlo. Quiero, a partir de hoy, cual escudera nórdica, alzar la voz y defender el fuego. Sí… confirmo… Quiero salvar el fuego. Quiero salvar “nuestro” fuego.

Sopita de letras…

Mi segundo miércoles de descanso. Doctora del deporte preventivo que me apapacha; comienzo con la alimentación especial la semana siguiente. Entiendo que debo ponerme en acción para que el cuerpo se vaya convirtiendo en el de una corredora. Cuidar no lastimarme es la suma de entrenamiento, alimentación y descanso adecuado. Uno pensaría que es solo salir a correr, pero no, la preparación de un maratón también es modificar tu estilo de vida. Si bien no ser inflexible, sí más consciente de lo que ingieres. Hay que ingresar la energía adecuada para que el resultado del entrenamiento sea mejor, es un tema de lógica pura. Me gusta este tipo de vida. Alejada estoy de lo que suelen hacer los atletas profesionales, pero quiero, en la medida de lo posible, como en todo lo que me propongo, tejer los hilos que me den el soporte adecuado para potencializar mi objetivo. 

Estas semanas tengo comidas, las siguientes también. Mi tiempo a veces no me pertenece. Hay muchos compromisos. Pero pienso que si los hago es porque quiero, entonces dejan de ser compromisos para volverse momentos de agrado planeados. Es cuando te das cuenta del uso adecuado de las palabras y sus conceptos. No soy buena para tener agenda llena, sin embargo, suelo tenerla; al final disfruto tenerla. Mi tiempo no es mío. Siempre es de otros. Lo que pienso es que es de otros porque vivimos en sociedad, porque me gusta estar con la gente, intercambiar ideas, reírme. No disfruto estar entre muchos, me engento con facilidad. Me gustan las reuniones en donde se haga una charla constante, con ritmo. En donde no tenga uno que gritar para ser escuchado porque la música es estridente. Me gusta que todos puedan hablar, escuchar e intercambiar ideas. Ya saben, el proceso de una comunicación: sale una idea, alguien o varios somos receptores de ella, la analizamos y la contestamos y así sucesivamente. Parece aburrido, pero es parte de mi diversión. Comunicar. Escribir, posiblemente es la evidencia de lo que quiero platicar; diversión unilateral, no se comparte, se comparte el escrito, no la forma de hacerlo. Ese tiempo sí me pertenece. 

Me gusta intercambiar sonidos de voz, experiencias. Es una forma de hacerlas mías, de vivirlas a través del otro. Los antros no hacen negocio conmigo. No soy buena clienta, no soy clienta. Lo extraño es que me guste correr maratones. Hay mucha gente. Soy un punto entre tantos. Muchos puntos. Cuarenta y cinco mil puntos. Cuando estoy entre tanta gente me gusta pensarme sola y entonces comienza mi tranquilidad. Así no me distraigo y puedo disfrutar la actividad para mí, sólo para mí. Ese tiempo sí lo considero mío, egoístamente mío. 

Lo vivido en los maratones, especialmente en mis entrenamientos. Son míos. Mi tiempo. Cuando estoy encerrada en mi oficina, sin reuniones, leyendo o analizando un tema. Ese silencio me pertenece y no lo comparto. Ideas danzan en mi mente hasta que acaba la música y entonces como el juego de las sillas debes de sentarte rápido para no quedarte parado, sin silla. Así pienso… mucho movimiento y de pronto nada; como una sopa que bailan las letras por el plato caldoso y caliente. Se toma una cuchara sopera y como una pala encontrando el oro, se rescatan muchas letras; muchas posibilidades, varias palabras, varias ideas.

Me gusta vivir mi vida con el estupor de las palabras; las palabras que se formen de una charla. Sí, me gusta mi vida vista como una sopita de letras, humeante, llena de ellas, de ideas; llena de sorpresas sabrosas; de jugar a que a cada cucharada haya siempre la posibilidad de encontrar la palabra que no sabíamos ni si quiera que estábamos buscando. Y aun así encontrarla.

“Hot sale”… Promoción exclusiva.

Comienzo mi segunda semana de entrenamiento. Las piernas bien. Me sorprendo con lo que dice mi reloj. Al parecer, estoy en óptimas condiciones para entrenar, “Pico de forma”, dice el Garmin. Me siento bien, aunque en breve, sé que comenzaré a sentir más cansancio. Si recuerdo bien, ese cansancio comenzará en la semana ocho de dieciocho. El cuerpo comienza a reclamar. A pedir a gritos descansos. Pero logra sin paralizarse seguir entrenando. Entiende que no es el momento para descansar. El límite del sobre-entrenamiento es a lo que jugamos para mejorar. Una delgada línea que hay que cuidar para llegar con plenitud al maratón. Así en la vida, ese límite superado te hace crecer.

Mi hermano se ha sumado a mis entrenamientos. Siempre compartiendo locuras. Yo comencé a correr por él. Somos vecinos. Corremos en la colonia, nos vamos apoyando con las pisadas, con los espacios de hidratación, con el ritmo, con el ánimo, con la sonrisa. Cuidándonos de los vehículos, a veces aún la gente no tiene la cultura de manejar con el cuidado debido; menos aun de ver a unos corredores en la madrugada, sin luz. Entre los dos no hay quejas, solo ánimo. Eso ayuda a ver solo hacia la meta; no recular en el camino, al objetivo, Berlín. De premio después de correr, me digo, un café con mi madre; si el tiempo me da la oportunidad, una charla de unos cuantos minutos; siempre son insuficientes. Decimos, “te cuento algo rápido”, después, lo mismo, ya no nos para la boca. Comemos palabras por los oídos y desprendemos otras por la boca, somos voraces de saber de nosotras; con una rapidez como pocas veces logro hacer las cosas. Soy lenta, pausada; con mi madre y sus pláticas, me vuelvo otra, me motiva. Ponernos al día; entre respiro y respiro, un sorbo de café, recién hecho; café hecho por mi hermano. En estos tiempos de entreno, se me ocurre que puedo robarle al tiempo un poco de respiro, estar más tiempo con los míos; son cosas que hago o al menos intento. Estos momentos con mi madre los guardo en mi mente. Me desdoblo para vivir el presente y a la vez, guardar en una compuerta del mundo de los recuerdos los momentos que quiero inmortalizar. Entrenar despeja la mente. Lo que antes era un problema, ahora lo sigue siendo, no es magia; los problemas no desaparecen; pero puedes ver a lo lejos la alternativa de solución. Abre dimensiones. Encuentras en la oscuridad la luz, esa que te conduce irremediablemente a la salida. A la salida correcta.

Ayer me contaron un chiste que no voy a repetir, soy mala con los chistes, no tengo gracia. Pero me sigo acordando del chiste; hoy mientras manejaba me iba riendo. Cada vez más fuerte. Sería tan bueno el chiste o el chiste no viene solo, sino que recuerdas justo el momento en que te lo contaron, recuerdas cómo lo hicieron, quién te lo contó, en dónde estaban, qué platicaban previo a, el sonido de la risa, de las carcajadas; los músculos de la cara distorsionada por la alegría, por esa libertad de sentirse feliz. Además, la estampa de ese momento; puedo, incluso si cierro los ojos, verme riendo, hasta con dolor de panza; no puedo poner pausa a la fiesta que me he creado. Hoy mientras estaba en un embotellamiento, muchos choques delante de mí, al menos cuatro, iba con la música a volumen cantador; iba riéndome del chiste. Traté de contarlo en la oficina y no pude, solo de recordarlo ya me estaban saliendo unas lágrimas de risa. Hay botones de felicidad, no lo sabía. Están ahí pero siempre debes de encontrar la fórmula para acceder a ellos. Este chiste fue un botón que no sabía que tenía; de pronto, se pulsó.

La vida es un chiste; hay que saber entenderla para contarla y transmitirla de la manera más divertida. Si no se puede transmitir, al menos saber qué es divertida. No es que nos cause gracia todo; no es dejar de ver en la vida la seriedad que representa. Es encontrar en las situaciones, el ápice escondido que nos hace vislumbrar, aunque sea de una manera borrosa, que hay algo que vale la pena, para todos los sentimientos, incluso para la furia, desagrado, miedo y tristeza. A veces uno tiene una vista perfecta, no hay dioptrías que te impidan ver; otros necesitan ayuda, no lo saben, requieren artilugios para que su vista fije la imagen; otros ya fuimos al oftalmólogo, nos diagnosticaron vista cansada; la solución sugerida, lentes adecuados para ver de cerquita. Por eso, considero que, puedo entender tan bien los chistes. Mis lentes son especiales para retener estampas y entender chistes que nadie entiende más que yo, ¿Serán malos los chistes? Posiblemente… Aunque no creo, me hacen llorar de risa. Hoy con mis lentes nuevos, ya veo de cerquita los chistes; me he descubierto con vista de águila, con mueca de boba feliz. Mis lentes; mi sonrisa; mis estampas; mis recuerdos; mis mejores adquisiones, han sido promoción exclusiva; tan exclusiva que no entran en la oferta del momento… en la oferta “hot sale”.

Olfato de perro…

Día 4, trote ligero en ritmo y tiempo. Mi zona 3 de 5 comienza a mejorar. Antes solía ser zona 5 que significa que mi corazón se está desprendiendo de mi cuerpo. Hoy ya no, ya está en su lugar. Ha mejorado. En un entrenamiento la vida también se va acoplando a los nuevos ritmos. Al principio cuesta trabajo; todo cuesta trabajo, lo que vale la pena cuesta trabajo. La vida vale la pena. Entonces sabemos que cuando algo cuesta, lo vivimos. Nos comemos la experiencia.

Mientras escribo veo a mis hermosas peludas bigotonas perras, son tan diferentes; se complementan entre ellas, se complementan conmigo y yo con ellas. No sé si ellas se hicieron a mí o yo a ellas. Somos parecidas. Estamos mimetizadas. A veces camuflajeadas. Nos diferencia el cuerpo y el color. Aunque de ojos las tres tenemos el mismo brillo. El mismo fuego. A veces, llámenme loca, siento que con la mirada y sus ruidos me gritan qué hacer. Sí que gritan. También hay sus grandes momentos en que con esos ojos de perro tierno me lo dicen todo. Son mis compañeras de vida. Al releerme pareciera que llevo por ello una vida triste en soledad, pero conmigo misma lo que menos me siento es sola; la soledad tampoco es triste y la tristeza tampoco es mala. Soy una caja parlante de ideas. No me dejo en paz ni un solo momento. Hasta cuando no hablo. Me parece que ahí es donde más me platico cosas. Las charlas en silencio, son mi especialidad. El humor negro, otra. Trato de limitarme porque ese humor no es de muchos. Para mí es fascinante. Un arte. Cultura con sarcasmo. Gente para platicar con tintes “tarantinezcos” es el truco de magia perfecto.

Me gusta mucho la gente, verla de lejos me gusta más. Tener un espacio y decidir quién puede entrar en ese círculo, como esfera cómica que me he trazado. Podría leerse raro, pero soy elitista. Elitista en búsqueda de talento. No para contratar gente, ojalá tuviera entre mis poderes esa magia de luchar en contra del desempleo; hoy no la tengo. Posiblemente la tenga. Hoy no está. Sería otro sueño. El talento que busco es el que ni los que he encontrado, ven en ellos. Ese es el perfil de gente que encuentro sin buscar; la que sabe lo que vale, no. Bien por ellos, no necesitan quien los descubra. Solomon Asch, psicólogo polaco estadounidense haciendo experimentos podía descubrir y potencializar qué gente con IQ promedio, al creerse (por un posible engaño) tener un IQ más elevado, comportarse como tal.

Es descubrir quién tiene algo que no ha visto, no conoce; un regalo que tiene guardado, alguien lo dejó, ellos no sabían, de pronto aparece. Imaginemos que vamos a su casa y encontramos ese regalo escondido, en un clóset. ¿Por qué nos metimos al clóset? No sé, al estar imaginando todo es permitido. Solo imaginen. En eso encontramos una cajita. Imaginemos esa cajita de olinalá. Sí con madera blanca con olor a tierra mojada. Con olor a historia. Con olor a ver cómo los artesanos la trabajan. Con olor a Guerrero. Con olor a mi padre. Con olor a mi infancia. Pues bien, regresando a esa caja hermosa, me distrajo tanta belleza. Yo invitada imprudente a una casa de un extraño, retomo, abro el clóset; husmeo, revuelvo y en eso encuentro esa caja de arte sureño. Inmediatamente voy con cajita en mano, se la entrego, él lo abre, sorprendido igual que la intrusa, yo; entonces se da cuenta de un regalo que no conocía. El regalo es un “super poder”, ahora ya sabe que lo tiene y lo utiliza. Amo meterme a las casas, a los clósets y poder entregar esa caja escondida. Amo ver las caras al entregarles esa cajita. Amo ver lo que hacen con sus cajas. Tengo suerte de que me abran la puerta de su casa. Lo demás, digamos que es solo olfato. Un olfato a la madera de olinalá. Un olfato de perro, así como el que tienen mis compañeras de vida. Jaja… Solo me falta ladrar…

Contraseña segura…

Te abrazo en la distancia. De esa que hay en la sombra. De la que no se regresa.

Jugamos a estirar hasta que la liga no pudo más. Me pregunto, cuándo se sabe que ya no hay más? Cuando el dolor se transforma. Sabes que duele pero ya no hay lágrimas. Las lágrimas curan, sin ellas ya no hay recuperación. No hay cura, no porque pueda arreglarse, porque ya no se puede conciliar. Enfermedad sin medicina. Un mal que no conoce tranquilidad. Un mal que se queda. Permanente en el tiempo.

Sólida, muy lastimada. No hay retorno cuando hay tanto dolor. Inventado o real. Lo hay. Hay mucho dolor.

El laberinto para salir se ha complicado. Si logro salir, me digo; mis pasos serán con dos pisadas, una sombra, dos brazos. Me abrazo a la soledad. Me gusta. Nunca dos. Nueva aventura. No hay invitados. Fiesta privada con contraseña inviolable. El hacker se sorprende, intenta entrar pero nadie puede vulnerar la seguridad impuesta. Impuesta por mí para protegerme de mí.

Enseñanzas de Forrest Gump…

Día 2. Ha sido un día complicado, iniciar con farlek, un reto. Se corre menos tiempo, el corazón se lleva al límite, Este ejercicio nos hace recordar que así solemos llevar nuestro corazón, muchas veces. El farlek ayuda a preparar el corazón, a bombearlo, a que crezca. A preparar mente. A superar límites. Tus límites. Esos autoimpuestos, esos mal entendidos. El farlek te invita a salir de una vida cómoda, del ritmo constante. El farlek es el claro ejemplo de vencer miedos; de sorprenderte, de muchas veces admirarte de lo que puedes lograr. De salir de esa caja de confort. De no saber cómo, pero lograrlo. La dedicación no ha sido en vano; rinde frutos, siempre. Dicen los sabios, dolor contra satisfacción, el primero es instantáneo; el segundo perene. La mar de las veces ese cambio de ritmo es una prueba a escala de la película de suspenso de la vida.

Los corredores tenemos formas diferentes de estudiar, analizar y ejecutar los entrenamientos. Algunos, entiendo que los más “pros”, visualizan su entrenamiento desde antes. Se prepararán, para dormir pensando en el día siguiente, en sus logros. Muchos estudian su programa desde semanas atrás. Hace unos tantos años yo, “by the book” revisaba mi entreno antes, lo visualizaba. No fue idóneo, conseguía preocuparme de más; el reto de mañana lo veía como un problema insuperable. Me preparaba una noche antes para fracasar. Yo boicoteaba el entrenamiento, la preocupación de no lograrlo era mi límite, mi derrota, mi toparme con pared. Me cansaba antes de intentarlo. Me defraudaba. Mi mente me ayudaba a ver el cómo había muchas formas de no lograrlo. Entonces, decidí jugar con mi mente. Cambié la estrategia. 

Aliada de mi mente; no la inquieto; la dejo vivir el momento. El momento es el día del entreno. Caliento el cuerpo y corazón. Sorprendo a mis piernas. Hago que mi mente resuelva en el momento. Tal como muchas veces resuelves todo, trabajo y vida. Sobre pedido se resuelven los problemas; nadie nos avisa que va a surgir un problema, surge; entonces se abocan todos los esfuerzos, se resuelve, se logra.

Dicen que en un segundo puede cambiar tu vida. Eso hago para entrenar. Dejo que la sorpresa de la instrucción del entreno también ayude a aleccionar la rapidez en la concentración; en este caso el problema por llamarlo de alguna manera a resolver, es el objetivo planteado. Esa forma de enfrentarme al día del entreno me ayuda a prepararme para la vida; a saber, que, la constancia del cambio es holística e infinita; que en cualquier momento puede haber un cambio de contexto que, en lugar de trastabillar, me de fuerzas; que mis piernas estén más afanosas que antes para no tropezar; y que si al enfrentarme a algo no previsto resbale; me pueda levantar y seguir. Tal como se hace para vivir. 

Entrenar para un maratón, es aprender a sortear las vicisitudes de la caja de bombones, que un buen corredor como “Forrest Gump”*, nos enseñó sabiamente a escoger y a disfrutar; con la única instrucción de asumir al elegir, la compañía inseparable de la magia que nos brinda la enigmática sorpresa.

*Forrest Gump/ Película 1994.

El primero de muchos días… aunque no tantos…

Se comienza, hoy, entrenamiento para el “BMW Marathon Berlin 2022”… mi semana 1/18. Mi primer entreno de 124 días; el día 125 será “El Día esperado”. Hace unos maratones había tenido la intención de escribir una especie de memorias de esta preparación, preparación de mente, de cuerpo, de espíritu, de emociones; con sus contras, que siempre las hay; no siempre se está de ánimo para, el humor cambia, los días no siempre son tus aliados.

Me ha llegado el momento, escribir esto; antes encontraba pretextos para no hacerlo, hoy me siento obligada a compartirme esto, mis memorias de runner, a lo peor me servirán para el que siga, de seguro me servirán después para divertirme, preparo en un futuro buenas risas recordando esto. Después de dos años de posponer este maratón por pandemia; este año, al parecer, será posible. ¡Espera!… En las noticias se ha dicho que “Alemania ha detectado cuatro casos de viruela del simio; autoridades sanitarias de dicho país podrían introducir cuarentena”; ufff pienso…, comienzan las emociones; preparar una carrera de fondo es apostar a que lo que depende de uno; por un lado: los hábitos, horarios, sueño, desmañanadas, la alimentación; muchos hablan de sacrificios; por otro lado, alinearlo con la posibilidad de que el país al que acudirás, pueda permitir que se realice; viene a mi mente irremediablemente Tokio 2019, en donde nos alertaron que hasta las 5:00 a.m. del día de la carrera nos anunciarían si había condiciones para realizar o no el maratón; una tormenta de nieve, nos jugaba el suspenso a 50 mil corredores; pensaba cuando recién había llegado al aeropuerto Narita, ¿si se cancela?… la eterna pregunta que nos hacemos en estos eventos deportivos; la respuesta es simple, no pasa nada, se vuelve a intentar, lo complicado que se hace es el entrenamiento y ese ya se logró.

Las circunstancias en el mundo no se encuentran bien, históricamente no se han encontrado bien, desde hace mucho; me pregunto, ¿es posible de una forma egoísta encaminar esfuerzos para una meta, muy a pesar de todo lo que pasa?; virus, enfermedades, pobreza, guerras, sufrimiento, ¿se puede ser tan indiferente al dolor y solo correr?; pero pienso, el decidir correr o no, escapa de la solución a estos temas, duelen (sí que duelen), pero no paralizan; las cartas están echadas, se sigue con la mira en la nueva meta: maratón en puerta; piernas en preparación; mente alerta; emociones en subida y bajada; respiración más consiente; braseo adecuado para el movimiento de piernas; cuerpo ligeramente inclinado, según lo dicte el ritmo. La Puerta de Brandenburgo, que hasta hoy no conozco, es la imagen con la que despierto y me duermo. Lista estoy para reconocerla en algunos meses.

Visualizo ese día, 25 de septiembre; ya estoy ahí, mucha gente feliz, los nervios no existen, se quedaron en los entrenamientos; hoy es día de fiesta, celebración absoluta, de cumplir la meta; de revisar que tu entrenamiento haya sido el adecuado, de vivir el viaje, de conocer el país que nos recibe, de intercambiar sonrisas, de hacer cómplices que posiblemente no vuelvas a ver; de vivir la fiesta del logro, de un sueño más cumplido; de ver a los grandes maratonistas; de competir contigo mismo; de saber que eres un ganador, porque se ha logrado cumplir una meta personal más.

Comienzo este relato, estas reflexiones, sabiendo que un entreno de maratón es el símil de la vida; la meta está, pero los días que preceden a éste, los días que me faltan por, que, aunque no son tantos, podrían hacer la diferencia, incluso de la meta propuesta. Comienza hoy el entrenamiento de una etapa más de la historia de mi vida. Faltan muchos días, me digo… no tantos para desviarse en el camino, me contesto. Hoy todo sigue su camino. Vamos por ti Berlín. Por ti “Puerta de Bradenburgo”, por ti “Río Spree”, por la “Torre de la Televisión”, por el “Museo de Pérgamo”, por el “Reichstag”; comeré Berlín a través de ti “Currywurst”, “Eisben”, “Schnitzel”, “Bretzels”, “Kartoffelpuffer”, “Königsberger Klopse”, “Kartoffelsuppe”, “Berliner Pfannkuchen”, “Apelstrudel”. Te beberé y agradeceré tu hospitalidad a través de tu tan conocida cerveza alemana: “Köning”, “Weihenstephan”; “Paulaner”; “Schneider Weisse”; “Agustiner Helles”; “Weihenstephaner Korbinian”; “Bitburger Premium Pils”, “Franziskaner Hefe-Weissbier”; cerveza que hoy ya estoy saboreando… ¡Quiero probarlas todas!. Quiero comerte a mordidas Berlín!

Filosofía del helado…

El jueves es para muchos el “casi viernes”, se comienza a sentir en la oficina la brisa de la felicidad del fin de semana; nada cambia en el día a día, se sigue con el mismo trabajo, pero los ojos ya se tienen puestos en el mañana, en el fin de semana, en los planes, descanso, familia; en el fin de la monotonía de la semana. El jueves tiene un sentido especial, al menos para mí… es “día del helado”; intento desde hace algunos años, no importa en dónde se ubique mi trabajo, de ir con algunos amigos, colaboradores o quien se deje, a aprovechar la promoción del día. La organización no es sencilla; ¿quién se apunta?, disponibilidad de la dieta de los interesados, las ganas, el horario para ir, el sabor, el tiempo, reuniones, que haya poca línea por hacer para la compra, el topping que se va a pedir: con fruta natural, con cereal, chocolate suave o duro, mermelada, chispas de yogurt, granola, coco, cacahuates, muesli, crema de limón, fresa, rompope, panditas… un mundo de opciones y combinaciones; algo que parece tan sencillo, requiere una organización de expertos, ponerse de acuerdo es un verdadero arte.

El helado, mi helado de jueves, mi helado de jueves de promoción, en el que debemos encontrar pares que quieran sumarse al “proyecto glotón”, no es sencillo; todos le echamos ganas, tenemos un fin que cumplir: comer nuestro helado; para ello juntamos esfuerzos. Necesitamos un equipo, una dupla interesada para que se aplique la promoción.

Un interés individual, varios intereses individuales, que deben de sumar esfuerzos de equipo si cada quien quiere llenar su estómago con esa mezcla de yogurt espeso que te acaricia; ese frío dulce y apapachador que te dice que lo has logrado.

El jueves de promoción, jueves de organización, de suma de voluntades para lograr un objetivo que es saborear un helado y vivir ese día compartiendo toda la alineación de meter la cuchara al vaso rellenito de helado y sacar un poco de sabor de nuestra elección; helado en mano que nos hace evidenciar que nuestra disposición valió la pena. Esos mensajes desde la mañana en el que comienza el llamado al reto del helado, transforman el día; hay ahora un objetivo más por cumplir ¿llegaremos a comprarlo?, muchas cosas pueden salir mal en el día, pero se procura que al menos haya alguna en la que todos cooperemos sin las negociaciones en donde a veces siempre reina el “no” por delante; aquí no aparece la mala cara, sino el intentar el cómo sí; todos los involucrados somos hermanos de helado; el honor a dar la palabra para ser parte de ese par que se necesita para el 2 x 1, es irrenunciable; es de caballero, o dama, según aplique; Bushido, dirían en Japón. Se emite el sí y ese sí se sigue hasta ver el cómo ese tímido sí se transforma en sabor; entonces, levantar con orgullo el trofeo; a veces la victoria escurre y resbala tratando de escapar; nuestras manos, el calor y la emoción, hacen lo suyo; el objetivo planteado se ha conseguido. Comer un helado y sentir que, cada cucharada vale la mitad de lo normal, no tiene precio, se vuelve un juego del ahorro; un juego en el que todos cooperamos. Bueno, bonito y barato, nos decimos los ganadores; envuelto de azúcar y de risas, objetivo logrado, nos felicitamos. Sí, somos un equipo ganador, insistimos en decirnos…

He pagado… espero mi turno para que me preparen el helado: “mmmmm… si esta organización, coordinación y suma de voluntades se aplicara a todo… qué tan fácil sería conseguir las cosas!!pienso… mmmm… de pronto un sonido…se escucha la pregunta esperada y respondo: “el mío con cacahuate y rompope por favor”…

なんくるない…Nankurunaisa

De repente te das cuenta que debes tomar el control de tu vida, la estás perdiendo. La perdiste. Te dijeron que te auto engañas y engañas. Te cuesta trabajo. Debes entonces, volver los pasos.

Tomas el control, sabes que serás criticada. Pero ya lo eras. Entonces, posiblemente vale la pena.

Todo vale la pena. “¡A por ello!” ¿Por qué? No importa. Tampoco importa.

Estás tranquila, eso no tiene precio. El trueque valió la pena, El tiempo, paciencia, expectativas, cansancio, horas sin sueño, sinrazones, inmadurez, palabras, chats ausentes, pláticas, reclamos, silencios, conversaciones; fueron obstáculos. Óbices no superables. No se quisieron dominar. ¿No se podían? No se hicieron.

Ahora, observas, aprehendes, escuchas; ver, conocer y oír, ya no te es suficiente. No hay reintegro.

Tú eres el premio. El premio mayor es tuyo; es para ti. Eres tú. En hora buena. Ganaste. Hoy ganaste. Con el tiempo, todo se arregla. Nankurunaisa. También esto, pasará.

La Teoría del Pozole…

Me comenta un amigo querido que desde que se fue su mami no han comido su plato favorito. Él quisiera degustarlo de nuevo, porque cada cucharada lo haría recordarla, solían compartir esos momentos de antojo en ocasiones especiales, sería como tenerla presente, regresar el tiempo, ver la estampa de cuando ella estaba, las risas, la voz; su padre, por otro lado, no quiere, para él ese platillo ha dejado de existir; comió todo lo que debió de comer cuando su compañera de vida estaba con ellos. Me dice angustiado e insistente que su papi no accede. No sabe cómo convencerlo.

No sé bien qué decir en esos momentos… soy torpe para apapachar a las personas en la muerte, nunca hay palabras… pero le digo… Para lo que uno es necesario para recordar y honrar; para el otro no necesariamente lo es, puede ser hasta doloroso e impensable. El duelo se saborea de formas distintas, pero debe incluso gozarse, porque es parte de la sanación, los tiempos de purificación y recuperación, también varían para cada persona. Esto no te lo he contado amigo, aprovecho para hacerlo; Hace muchos años, mi madre escuchaba música en la sala con mi padre, recuerdo que cuando estudiaba hasta en mi cuarto se escuchaban los discos de María Dolores Pradera, los Tres Ases, Los Panchos, Julio Jaramillo, Armando Manzanero, Los Tecolines, Luis Arcaraz y su Orquesta, Agustín Lara, Los Tres Caballeros, Chavela Vargas y el Dueto Caleta… recuerdo tanto: La Flor de la Canela, Toda una Vida, Acapulqueña, Por los caminos del Sur, Toro Rabón, San Marqueña, Gema, La Gloria eres tú, Tres Regalos, Ódiame, Bésame mucho, Contigo, Bonita, Piel Canela, Tú me acostumbraste, Sin ti, El Reloj, Poquita Fe, Somos Novios, Cancionera, Usted, Perfume de Gardenias, Cien años, Un siglo de ausencia…

A veces te confieso, me sorprendo con los audífonos mientras trabajo, escuchando esa música que antes me era indiferente o hasta molesta. Hoy me llevan a viajar a mi adolescencia en un fin de semana, no importa la época del año, ni el clima; yo en mi cuarto sola, de seguro estudiando, tratando de concentrarme; entre la música se escuchaba que esos dos enamorados no paraban de platicar y reír; mientras mi madre cocinaba, mi padre ponía música y le preparaba un coctel que disfrutaban como una pareja envidiable que siempre fueron, ¡dejaron la vara muy alta con su ejemplo!; Mi madre, por su parte, no volvió a poner esos discos ni a sentarse en esa sala, cual antaño. Nadie se lo ha pedido, nadie la ha forzado a hacerlo, nadie se atreve y es parte de su duelo, de su pérdida eterna. El mío, posiblemente, es escuchar toda esa música cuando estoy muy presionada, esas notas de guitarra me devuelven a mis raíces, a lo que soy, a lo que me convertí; te cuento un secreto, me sorprendo sonriendo; a veces, muchas veces, con una lágrima de felicidad, por lo vivido. Hoy me sé toda esa música que mucha gente de mi edad no conoce. ¿qué te digo amigo que no sepas ya? El dolor es fuerte… el olvido nunca llega… Ven… Te invito un pozole…, vamos sin que sepa tu padre… disfrutamos y celebremos con ese manjar a tu mami. ¿un blanco, verde o rojo?… Yo, como buena hija de guerrerense, uno verde por favor, con todo.**

*Dedicado a ti querido RCG y familia, siempre en mis oraciones…

** Mientras escribo… escucho y tarareo: “Por los Caminos del Sur”/Dueto Caleta. Compositor. Agustín Ramírez… La preferida de mi padre.

Panza llena, corazón contento…

Compartí con una amiga unas barritas de amaranto junto con temas que nos inquietaban. Recordamos sin duda la hora del recreo en que salíamos presurosos a comer el “lunch” que nuestras madres habían preparado para nosotros. ¿no les pasaba que generalmente siempre se les antojaba más lo que traía el de junto?… y no es que mi madre me diera un lunch desabrido; generalmente mis compañeros llevaban sus alimentos, de esos que se compran en tiendas; a esa edad, los ojos tiemblan cual nipona de anime, cuando ves en el de junto los productos que solían detener tu respiración ante los comerciales y que te decían “¡cómprame!”; mientras, de seguro, disfrutabas de tu caricatura favorita; a tan corta distancia, en un recreo, en verdad que te descontrola; los colores de lo desconocido, hechos para niños, sí que llaman la atención. Mientras escribo pienso que lo que usualmente llevaba de lunch era sin duda cocinado por mi madre, de seguro y contra mi voluntad, debió ser muy nutritivo, pero apuesto que también delicioso; no cambiaría ningún platillo de mi madre por otro ni en mis recuerdos y menos en el presente; afortunada soy, aun los disfruto. 

Esperábamos el recreo; posiblemente era algo en el que todos los compañeros al unísono estábamos de acuerdo; no recuerdo si era porque teníamos hambre, queríamos platicar, estábamos hartos de la lección, cansados de las clases, de los profesores, de la balanza entre el conocimiento-ignorancia; no recuerdo una razón precisa, pero era un derecho que como alumno pequeño teníamos y hacíamos valer; todos. Posiblemente en esos recreos es donde forjamos amistades que hasta hoy conservamos, o a lo peor tuvimos “grandes” ideas que a lo mejor nos han acompañado desde antaño. Era ese el momento para ver a nuestros amigos que año con año pedíamos a todos los cielos, ese cielo inocente que le concede todo a los niños, que se quedaran con nosotros, en nuestro salón.

El tiempo, la presencia, las risas, las clases se debían compartir en el momento, la comunicación como hoy de adultos, no se nos daba; entre muchas, la gran diferencia de ser niño a no serlo; cuando eres niño hay urgencia por compartir en la amistad, todo se quiere hacer con el amigo del aula; de grande, todo cambia, eso posiblemente es parte de la madurez; los amigos aunque sean inseparables, tienen sus vidas y buscamos el momento para compartir cosas, problemas, alegrías, no importa qué, solo compartir; temas que sucedieron en el lapso de nuestra ausencia, posiblemente prolongada, eso hacemos los adultos; ese día generamos nuevas experiencias que vamos sumando en nuestro jenga de amistad; sin embargo cuando niños, en caso de que nos hubiera caído la maldición de la separación del aula, a esa edad era una muerte pequeña y dolorosa, perdimos a un amigo; a menos que nuestras madres hubieran sido amigas o en su caso compartiéramos vecindad.

En ese ir y venir de amistades en nuestra vida, hoy tenemos la oportunidad de elegir a los amigos adecuados, aunque siempre siguen brotando como fuentes nuevas posibilidades de amistad; de conservar a los que ya se tienen; o incluso, a otros, darles las gracias y dejarlos ir. Por ello, el compartir un snack con una amiga de oficina, es compartir lo mejor de esa nostalgia de niños en dónde decidías abrir tu lonchera e intercambiar tiempo con tu amigo a cambio de un trueque de comida ya sea nutritiva o llamativa. El código de Intercambiar no era algo por la apariencia o el precio; se intercambiaba complicidad, secretos; disfrazados de botanas, cajitas de cereal azucaradas, chocotorros, dulces, fruta, frutsi, galletas, gansitos, gelatinas, panditas, pastelitos de chocolate, peperami, platívolos, pingüinos, sándwiches, squeezit, triángulos de queso, hasta verdura (zanahorias, jícama y pepino).

En la edad madura eso se perdió, desapareció; no el intercambio de comida que podemos seguirlo haciendo, sino ese tiempo que nos era designado de lunes a viernes como algo que nadie se cuestionaba; al sonar la primera chicharra, ese tiempo se daba, se exigía al profesor, se necesitaba; el tiempo que se designaba de 15 o 30 minutos para tener esos espacios para conocer gente, para cultivar la amistad con la boca y panza llenas. Posiblemente de ahí venga el dicho… “Panza llena, corazón contento”. Efectivamente, eran buenos tiempos, los minutos del día en que el alimento, sonrisas y charla; nutrían y enlazaban la panza y el alma. Después de tantos años… con amaranto en la barriga, una gran amiga y con pláticas catárticas; agradecida estoy de volver a vivir con nostalgia el recreo, este recreo… shhh… Suena la segunda chicharra… “el sonido indiscutible de regreso a las clases… hoy a las labores”…