Sin duda, más televisión, menos lectura…

Nuevo proyecto. Nuevo compañero. Un libro, Guillermo Arriaga otra vez en mi camino, sorprendiendo, ahora con “Salvaje”, Premio Mazatlán de Literatura 2017, refiere en la portada, IMPRESIONANTE, sin duda. Las palabras forman un puente por el cual se va avanzando, unas veces con pasos lentos, otros más rápidos, hasta un ritmo trote. Se intercalan las emociones. Los ritmos. Galopan a los artilugios de las frases. A capricho del avanzar de las hojas. El ritmo no lo controlo. La historia me ha tomado. Secuestrada por un libro. Cierro y abro el libro. Abro y cierro. Intercalo lectura con otras actividades.

Nuevo proyecto. Nuevo compañero. Un libro, Guillermo Arriaga otra vez en mi camino, sorprendiendo, ahora con “Salvaje”, Premio Mazatlán de Literatura 2017, refiere en la portada, IMPRESIONANTE, sin duda. Las palabras forman un puente por el cual se va avanzando, unas veces con pasos lentos, otros más rápidos, hasta un ritmo trote. Se intercalan las emociones. Los ritmos. Galopan a los artilugios de las frases. A capricho del avanzar de las hojas. El ritmo no lo controlo. La historia me ha tomado. Secuestrada por un libro. Cierro y abro el libro. Abro y cierro. Intercalo lectura con otras actividades.

“La Tiznada”, “La Calavera”, “La Democrática”, “La fría”, “La Segadora”. Está presente. Y sí, horroriza pensar en la sorpresa con su encuentro. Nada es para siempre. Me aferro a lo que creo que es mío. No quiero que esta historia se haga propia. Es bueno abrir y más cerrar el libro a mi capricho. Al menos las doscientas hojas recorridas, han sido una carrera larga. Me estoy recuperando de las palabras asumidas. Las pienso. El libro ha cumplido la promesa no hecha, de cautivar con intriga.

No quiero que acabe, trataré de aletargar el final. Primer libro que me obligo a cerrarlo para poner la televisión. Se requiere un respiro de tantas palabras tan bien logradas. La pluma de Arriaga se escapa a la lógica del ser humano…; las palabras me las tomo como un café; no cualquier café; me refiero a ese único que le pertenece a las mañanas. Ese con el que respiras cuando ese sabor llega a tu garganta. El café que cura una mala noche y la crónica de un día posiblemente desastroso. Los libros de Arriaga se me resbalan. El segundo que descubro, debe haber más. Estoy intentando detener el agua con las manos, no puedo!, escurre en mis dedos el libro líquido, así las palabras, sus palabras.

Pienso en lo que debe costar escribir un libro, meses, años. La apuesta a tu libro. Días de investigación, escritura, rehacer, corrección, precisión, lógica. El juego de las palabras precisas en el lugar adecuado. Muchas frases, ideas, historias. Una enorme emoción, descubrir ese trabajo. Saborearlo. Vivirlo. Contarlo. Mordisquearlo. Es mío. Solo mío. Otro tema de pláticas. Muchas pláticas.

Una historia que invite a dejarlo todo por esas horas que un despistado lector invierte en adentrarse en esa historia. De hacerla suya. Ya soy presa de esa historia, sin duda.

Escritor, me pregunto, que es mejor, que te lean rápido o lento?, Será que leerte rápido es una afrenta para ti y el tiempo en que tardaste en escribirlo? cierta no estoy de eso, sí de que si hubieras pretendido que la lectura fuera lenta, no te atreverías a escribir de esa forma; forma que hipnotiza.

Ayer me descubrí con hambre, el estómago pedía consuelo, yo lo ignoraba, la lectura no podía parar. No podía salir de esa calle, de esa casa y de ese dolor. La comida puede esperar, el dolor no espera, entra por los huesos, te mantiene en vilo. No hay negociación para su huida. Llega, se asienta y no se va, no tan fácil se retira. El Salvaje brinda un boleto de vivir la tragedia, la tragedia real. Me veo en esa calle; con esos amigos; drogas, aludiendo la tan aclamada justicia; la sexualidad, el despertar; tristeza, trepando en azoteas, haciendo negocios, comprando mercancía, viajando a europa; discusiones irreales o muy reales con gente inflexible; peleando por lo que creemos; analizando la alegría pedida del duelo de unos padres; viviendo la diferencia de clases sociales; aspirando la hermandad; descubriendo la palabra “culpa”, apropiándome de esa responsabilidad, “maldita culpa” como fiel acompañante que no suelta, la culpa como sombra pegajosa, sentimiento que no permite disfrutar el presente. La Dama Delgada, La Patrona, La Patas de popote, La Tía de las Muchachas, Doña Osamenta. Sigue presente, es protagonista. No se ve, pero ahí está. Lo sabes. Siempre presente, la única certeza de la vida. Vida y muerte, aliadas. Siempre juntas.

Estoy leyendo, mientras absorbo las páginas como narcótico y hablo, suelo ser lectora silenciosa, hoy no; lo leído me hace hablar con Carlos, con el llamado Cinco, con esos padres, con el narrador; hablo mucho; reclamo más que hablarles, aprendo a tener calle. Sí que estoy aprendiendo. Muchas lágrimas que no se lloran. No cumplen su objetivo. Se sabe que es momento de llorar, el libro lo dicta en voz baja, lo cuchichea, insiste, la mal entendida valentía no los deja, no me deja, tampoco. Probablemente a su clase y no me refiero a la social, no se les enseñó a llorar; mucha soledad y muerte, sus perros de compañía. La Huesuda, La Pelona, La Cierta, La Triste, La Pachona, La Calaca, La Tilica; presente en su relato, sombra cosida con hilvanes no cuidados; parece que tatuaron con sangre las letras. Magistral el libro. Se siente el dolor. Se hace la comuna del dolor. Se calla por respeto. Se quiere decir algo. Se quiere reclamar al escritor… el dolor… ese dolor que se puede tocar mientras se lee, ese dolor que huele, ese dolor que deja estela de impotencia mientras lo aspiro. Junto al dolor, risas. Muchas risas. Me río del dolor? Posiblemente. Eso hace este libro. Dolor y risa. Risa y dolor. Dolor y dolor. Risa y Risa. Como cuando ves una flor natural y uno dice, es hermosa parece artificial. Lo mismo pasa con una artificial. Se dice que es tan bella como si fuera una natural.

Este libro tiene eso. El ingrediente de flor artificial. La narración te lleva de la mano tan natural como si fuera la vida misma. Así siempre ha sido. Una amalgama entre dolor y alegría. Todo el tiempo.

Me tienes es vilo. Me queda mucho camino por recorrer a tu lado. Debo, por lo pronto, ignorarte… prender la televisión.

Escudera nórdica…

“Salvar el fuego” de Guillermo Arriaga es mi actual compañero. Nuestro reencuentro. Un regalo inmerecido pero agradecido. Mucha ausencia nos precedía. Las sorpresas que nos regalan las palabras. Historias por contarnos. Todo através de un presente. Me regalas una historia bien contada, magistral. Mientras saboreo a cucharadas las páginas, me obsequias tus palabras, tus preguntas, tus emociones; sin dudarlo, las mías tratan de a galoparse a las tuyas. La mejor forma de platicar; el pretexto ideal, pienso, sin duda un libro. El libro atrapa. Hemos departido lo que leo; tú ya estás avanzado en la lectura; tratas de no adelantarme nada; ¿las cartas de los reos?, imperdibles sin lugar a dudas; dices que pensaste en mí cuando lo leías porque hay alguien de los protagonistas que escribe, lo descubro, me avergüenza, la escritura del personaje es impresionante, mucho por aprender, me digo; comentamos de lo escrito, de lo no, de lo que debió, de los personajes, de la historia, de las emociones; un tema curioso, platicamos de la estatura del protagonista, hasta hemos cruzado apuestas. El título me genera a estas alturas, con 166 de páginas leídas, el mismo desconcierto que al principio; puedo hoy, darle varios significados; en primera instancia, el literal, el que quema, el que atrapa, el que mata; por el otro lado, el poético, el que refiere al amor, el que ahoga, el que deseamos, la autodestrucción que con gusto tomamos y no pensamos; … ¿quién no desea morir asfixiado en esas llamas? 

¿Cómo se puede salvar el fuego? Pienso, la respuesta no puede dar lugar a soluciones perennes; el fuego, cualquiera, se apaga; la emoción que ciega, el fuego pasión que lo arrebata todo; todo estorba, nada es aparentemente imposible. Todo se consume en el momento, urge la inmediatez, no cabe el futuro, no valen las esperanzas, la promesa de lo que deberá ser es insuficiente. Hay prisa. Ese fuego pasión se acaba. El título intriga. Me intriga. Me atrapa. 

Salvar el fuego, me digo. Si de la lectura se advierte el cómo salvarlo, vale la pena leerlo, averiguarlo, ello no obstante que el libro se revele cautivador; si me aseguran que no se es posible salvarlo, con eso podría hacerme sentir liberada, se ha apagado porque no se puede mantener prendido; la realidad es que la llama cede a su grandeza, a su hermosura. La realidad si bien maneja un fuego que invita a pecar, este es distinto, el fuego que como luz de bengala te divierte, pero no alumbra y a pesar de ello quema; el fuego que quema y te ciega, ese es peligroso; el fuego que te alumbra, pero su llama es moderada, cual cirio pascual, ese fuego te cuida; muchos suelen rezar con esa luz, es tranquilidad; calor que no quema, ni fuego que ciega; luz que dirige a las almas, esas que están hambrientas por creer.

Con un truco de alquimia del viejo Melquiades en Cien años de Soledad, quisiera aprender a salvar el fuego. Aprender y salvarlo contigo. Mi objetivo con esta lectura, es claro. La utilidad de tu regalo es evidente. Mi receta de cocina de paladar exigente, es la que permita mantener en el tiempo que nos resta, la llama. No quiero salvarlo como evidencia de pérdida. Quiero conservarlo. Quiero, a partir de hoy, cual escudera nórdica, alzar la voz y defender el fuego. Sí… confirmo… Quiero salvar el fuego. Quiero salvar “nuestro” fuego.