Ataviada con coraje sale a reclamar lo que de suyo cree pertenecerle, la seguridad. Suelta una liana firme para con otra fortalecer su azar. En su lecho, la sortija yace sobre una epístola que con trazos atropellados por el ímpetu en la ligereza de su actuar, entona que su amor fenecido está, no pretende lastimarlo, una posdata cínica y presuntuosa que da consumación a la adhesión cierra la llave de la ilusión; alegatos que innecesarios, perpetuamente atemporales al desamor invocarán.
En el lugar y hora establecida ella espera al que llegará.
Regresa cansado de trabajar, encuentra palabras hirientes que como explosivo fragmentan fantasías prometidas que repasaba indestructibles, ya no serán, sujeta la alhaja que evocaba devoción que con 24 quilates demostró; tristeza, convertida en miedo, hostilidad, frustración e ira, seguro está, no ambicionará verla jamás.
Transcurren cincuenta minutos, ella piensa no demorará.
En casa, la ropa y joyas en un contenedor arrojados están, chapa cambiada y cuentas bancarias en trámite para revocar. Es una batalla quebrantada que no le apetece apelar.
Más de cuatro horas han acontecido desde el encuentro que debió pasar. De palabrerías de pueblo, el desenlace escuché por casualidad, más en chismes no suelo participar.